MIÉRCOLES DE CENIZA
Con la celebración de hoy, iniciamos el tiempo
de Cuaresma. Para un cristiano, es un tiempo que merece la pena comenzar
con ánimo, con optimismo, con fuerza.
Como colaboradores que somos de Dios, vamos
a procurar aprovechar estas semanas, no dejemos que se pierda su gracia, es
Dios mismo quien nos dice: “Tengo un tiempo favorable para escucharte, un
día en que vendré en tu ayuda para acogerte”. Que sea así para todos
nosotros la Cuaresma de este año.
Las tres lecturas de hoy nos presentan el
programa de conversión que Dios quiere de nosotros en esta Cuaresma: conviértete
y cree el Evangelio; convertíos a mí de todo corazón; misericordia, Señor,
porque hemos pecado; dejaos reconciliar con Dios; Dios es compasivo y
misericordioso.
Cada uno de nosotros, la comunidad, y la
sociedad entera, necesita oír esta llamada urgente al cambio pascual,
porque todos somos débiles y pecadores, y porque sin darnos cuenta vamos siendo
vencidos por la pereza y los criterios de este mundo, que no son precisamente
los de Cristo.
La Cuaresma es un programa, un camino para revisar
y renovar nuestro ser cristianos, que consiste radicalmente en vivir la
vida de Cristo ya desde ahora, mientras somos peregrinos hacia el Reino de
Dios.
El evangelio nos sugiere tres
actividades, tres herramientas que pueden ser muy útiles para todos
nosotros, si queremos renovar y confirmar nuestro seguimiento tras los pasos de
Jesús, son: la oración, el ayuno y la limosna. Las tres
constituyen un buen programa de vida para esta Cuaresma.
Hemos de hacer oración para escuchar
a Dios, para escuchar su palabra; oración personal y familiar; participación
más activa y frecuente en la Eucaristía y en el sacramento de la Penitencia.
El ayuno, que
es autocontrol, búsqueda de un equilibrio en nuestra escala de valores,
renunciar a cosas superfluas.
Limosna, que
es ante todo caridad, comprensión, amabilidad, perdón, aunque también limosna
para ayudar a los más necesitados tanto los de cerca como los de lejos.
Dentro de un momento se nos pondrá la
ceniza. Con este rito, la Iglesia nos
recuerda que somos polvo y al polvo volveremos.
A veces nos olvidamos que el ser humano sin
Dios no es nada. Si meditamos sobre el día de hoy, podremos ver que
sin Dios somos como ese montoncito de polvo con el que la Iglesia nos va a
marcar en la frente como señal de nuestra caducidad. De esta manera, con
esta ceniza, la Iglesia encamina a los fieles por la senda de la conversión.
Hay dos caminos en esta vida, uno de bendición y otro de maldición.
Tenemos que elegir y perder la vida de muerte para ganar la vida auténtica.
Cada uno de nosotros, deberíamos salir de
esta Eucaristía, con alguna aplicación concreta de este ejercicio cuaresmal.
¿Cómo y cuándo haré un rato de oración en estos 40 días? ¿De qué cosas me
privaré este año? ¿Qué gesto de amor tendré con los más necesitados?
Todo esto, evidentemente, Jesús quiere que
lo hagamos sin afán de lucimiento, sin caer en el orgullo.
Nuestra oración,
nuestro ayuno, nuestra limosna, han de ser expresión del cambio sincero que
queremos dar a nuestra vida, pero, hemos de pedir que Dios lo realice; deben de
ser, también, expresión de nuestro agradecimiento al amor que por todas las
maravillas que Él realiza en nosotros.
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