VI DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
Las lecturas de este domingo son una
invitación a que no marginemos a nadie por ningún motivo ya que todos somos
hijos de Dios. Dios no excluye a
nadie sino que nos acepta a todos y nos invita a formar parte de la comunidad
cristiana.
La 1ª lectura del libro del Levítico, nos presenta, según la ley, la
manera como trataban a los leprosos. A partir de una imagen desfigurada de Dios, de
una imagen falsa de Dios, de una imagen de Dios hecha a nuestro antojo, los
hombres somos capaces de inventar leyes que discriminen y excluyan en
nombre de Dios a otros seres humanos de sus derechos más elementales.
No podemos crear un Dios a nuestra
medida, un Dios que piense y actúe según nuestros criterios injustos,
prepotentes que excluyen y marginan. No
debemos de creer en un Dios que actúe de acuerdo a nuestros esquemas mentales y
prejuicios. Tenemos que creer en un Dios
que rompe toda nuestra manera de pensar y de actuar y que a veces o quizás
muchas veces no actúa según nuestra lógica ni nuestra manera de actuar.
Esta lectura de hoy nos invita a
repensar nuestras actitudes y comportamientos hacia nuestros hermanos, ya que,
a veces, por querer ser muy legales y muy justos estamos marginando o
excluyendo a muchas personas de sus derechos. En ocasiones, incluso, en nombre de Dios
estamos alejando a las personas, condenándolas, catalogándolas de pecadoras, y
así les estamos impidiendo que puedan llegar a tener una experiencia cercana de
Dios o que se acerquen a la comunidad parroquial.
Nosotros como cristianos no podemos
marginar a nadie por sus ideas, por su forma de pensar o actuar, sino que
hay que acercarse a todos y tenderle la mano a todos como lo hizo Jesús con
todo aquel que se encontraba en el camino de la vida. Nosotros podemos tender siempre la mano generosa
al marginado, cumpliendo la Ley suprema del amor cristiano.
La 2ª lectura de San Pablo a los
Corintios,
nos da un principio de conducta cristiana que, si lo llevásemos a la práctica,
evitaríamos muchos problemas en nuestra familia, en nuestro trabajo y en
nuestra sociedad. Nos decía san Pablo: “que
nadie impongan su propio interés sino que tengamos presente el interés de los
demás”.
Hoy reclamamos y exigimos el derecho a
nuestra libertad, pero hemos de preguntarnos: ¿la libertad es un valor
absoluto? Hemos de buscar el bien
común por encima del bien personal.
El hombre
actual no está muy acostumbrado a sacrificar sus propios intereses por los de
todos, sus propios gustos por el bien de los demás, sus propias conveniencias
por las que convienen a todos. Antes bien, busca complacerse a sí mismo y a los
de su grupo reducido, aun a costa del bien de todos. No es éste un
planteamiento cristiano; el cristiano somete su voluntad a la voluntad de Dios,
su propio bien al bien de la comunidad.
Cada cristiano debe ser capaz de
prescindir de sus intereses y esquemas personales, a fin de dar prioridad a
los proyectos de Dios; cada cristiano debe ser capaz de superar el egoísmo
y la comodidad, a fin de hacer de su propia vida un servicio y una entrega
de amor a los hermanos.
El cristiano sabe que, en ciertas
circunstancias, puede ser invitado a renunciar a los propios derechos, a la
propia libertad, a los propios proyectos porque la caridad o el bien de los
hermanos así lo exigen. Aunque un determinado comportamiento sea legítimo, el
cristiano debe evitarlo si ese comportamiento hace mal a alguien.
El Evangelio de san Marcos, nos presenta a Jesús
compadeciéndose de un leproso y tendiéndole la mano y curándolo. Jesús no discrimina a nadie.
Hoy existen leyes que discriminan y
marginan a muchas personas. Como cristianos no podemos estar de acuerdo
con esas leyes y mucho menos pactar con ellas.
La gran marginación de nuestra sociedad
actual es la pobreza de muchos miles de millones de seres humanos. Hay personas que dejan de comer para que no
le suba el colesterol o porque están de dieta, mientras, hay otras muchas
personas que tienen que comer la mitad de lo que comemos porque no tienen más,
otros sólo comen una cuarta parte de lo que comemos y otros muchos no tienen
que comer.
Esta es la realidad de nuestro mundo
actual donde más de las tres cuartas partes de la población mundial pasa
hambre. Toda persona tiene derecho a un nivel de vida que asegure su salud, su
bienestar y el de su familia, especialmente en cuanto a alimentación, vestido,
vivienda y atención médica y a los necesarios servicios sociales.
En la primera hora de la guerra del
Golfo Pérsico se gastaron lo que las Naciones Unidas recogen para construir y
dar vida en un año.
¡Qué caro es matar y qué barato es
ayudar a vivir! No sigamos discriminando
a la pobreza a una gran parte de la humanidad, acojamos a todos, no
discriminemos a nadie.
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