Vistas de página en total

lunes, 14 de septiembre de 2020

XXV DOMINGO ORDINARIO (CICLO A)

La liturgia de este domingo nos invita a descubrir a un Dios que no actúa conforme a las leyes humanas. Su Justicia tiene poco que ver con nuestra justicia. 


La 1ª lectura del profeta Isaías nos recuerda que debemos buscar al Señor y seguir sus caminos; hay que dejar que Él sea el que guíe nuestra vida y no seguir los caminos desatinados de los hombres.


Si le preguntamos a la gente si creen en Dios, seguramente la mayoría nos diría que sí, pero ¿creemos en el Dios verdadero?  ¿No tenemos otros dioses a los cuales estamos sometidos y a los que les dedicamos más tiempo y más energías que al Dios verdadero?


Nuestra cultura actual, quiere prescindir de Dios.  Cree que el hombre es el único señor de su destino y que cada persona tiene derecho a construir su felicidad al margen de Dios y sus valores, considera que los antivalores del mundo pueden llegar a ser mejores que los valores de Dios.


Por eso el profeta Isaías nos invita a buscar a Dios, a volvernos a Él.  Es decir, a reorganizar nuestra vida, de modo que Dios sea el centro de nuestra existencia, que Dios ocupe siempre en nuestra vida el primer lugar.


Hay que aprovechar las ocasiones, no podemos dejar que pasen las oportunidades que la vida nos brinda para buscar a Dios. 


La 2ª lectura de San Pablo a los Filipenses nos muestra el dilema en el que se encuentra san Pablo; no sabe qué elegir si el bien de su muerte para unirse a Cristo para siempre, o seguir viviendo para ejercer su misión de servicio a la comunidad.  


Cada uno de nosotros tenemos una misión en el mundo y no podemos huir, renunciar o abandonar la tarea que Dios nos ha encomendado, hasta que esa tarea la llevemos hasta el final, aunque encontremos dificultades a la hora de cumplir con nuestra misión.  


Como cristianos debemos saber que el trabajo que realicemos por y para el Señor no será inútil a pesar de las contrariedades que podamos tener.  Hay que seguir adelante con ánimo, confiando en la ayuda del Señor y la presencia del Espíritu Santo.


El Evangelio de san Mateo nos decía hoy que todos somos invitados a trabajar en la viña del Señor y no hay trabajadores de primera o de segunda clase.


Jesús pregunta en el evangelio: “¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”  Hoy, nos preguntaría: “¿Por qué hay tantos cristianos pasivos que sólo reciben pero que no dan nada ni de sí mismos, ni de su tiempo, ni de su esfuerzo por el Reino de Dios?”


Hay muchas personas que piensan que en la Iglesia todo lo han de hacer los sacerdotes, las monjas y los catequistas.  Cómo cuesta convencer a la mayoría de los cristianos que todos debemos trabajar por el Reino de Dios, que también vosotros tenéis voz y podéis decir algo en la Iglesia.  No basta el capitán del barco, también se necesita el resto de marineros.


No basta una Iglesia o una parroquia con su párroco, si luego todos las demás personas, todo el pueblo de Dios permanece pasivo, sin comprometerse, sin hacer nada por su Iglesia.   San Pablo ya decía que somos muchos miembros, todos necesarios, y que por eso mismo la cabeza no puede decir a los pies no os necesito porque una cabeza sin pies o sin manos podrá tener grandes ideas, pero no podrá caminar ni podrá hacer cosas. 


La parábola del evangelio de hoy cuestiona a todos los cristianos sobre su responsabilidad de trabajar en la viña del Señor.


Durante mucho tiempo, hay que reconocerlo, no se contaba en la Iglesia con los laicos, pero a partir del Concilio Vaticano II, los fieles laicos ya no son cristianos menores de edad.  Ahora la Iglesia os llama a vosotros, os invita, quiere contar con todos vostros, tanto en la sociedad como en la Iglesia. 


Dios nos llama a todos a trabajar en la construcción de su Reino, y a todos nos promete “recompensarnos” con la vida eterna y la felicidad de sabernos Hijos de Dios. Este llamado, Dios lo hace desde un principio a todos nosotros. La parábola es una invitación a responderle al Señor que nos invita a trabajar en su viña, para poder así recibir nuestra paga, que es la felicidad en este mundo y la vida eterna.

Unos reciben la invitación siendo niños, los llamados a primera hora; otros en su adolescencia, a media mañana; hay quien oyó la llamada de Dios en la madurez, a medio día; otros escuchan la voz en la tercera edad, a media tarde; y también quien va a la viña en sus últimos años, al caer la tarde.  Cada cual tiene su tiempo y su momento. 


No olviden lo que nos dice el Evangelio hoy: también vosotros estáis invitados a trabajar en la viña del Señor, aunque sea al mediodía o media tarde.


No hay comentarios:

Publicar un comentario