XVIII DOMINGO ORDINARIO (CICLO C)

Las lecturas de hoy nos recuerdan lo corta que es la vida del ser humano sobre la tierra. Nuestra vida, por muy larga que sea, pasa pronto y durante los años que dura hay muchas fatigas y mucho dolor.
La 1ª lectura del libro Eclesiastés, nos decía que todo es “vana ilusión”. ¿Para qué tanto esfuerzo y tanto agotamiento? ¿Para qué luchar tanto si todo lo dejaremos aquí?, ¿para qué tanto esfuerzo y agobio si no somos felices ni nuestro corazón descansa tranquilo?
¡Hay personas que no tienen tiempo para disfrutar de la vida! Y la gran ironía de la vida es que su trabajo no les reporta ningún provecho, otros lo disfrutan.
Es muy triste que haya hombres que trabajen para que otros lo disfruten. Esta es una actitud muy frecuente en nuestras vidas y así solemos decir: “todos mis esfuerzos son para dejarles un porvenir a mis hijos” o decimos: “sólo me importa el futuro de los míos”. El libro del Eclesiastés nos advierte y nos dice que todos esos esfuerzos son vana ilusión porque en muchas ocasiones los hijos malgastan las herencias y los nietos terminan siendo pobres. Este es el peligro de subordinar todo al trabajo y a las ganancias.
Frente a la “vaciedad” de las cosas si ponemos en ellas nuestro corazón, está la presencia de Dios que llena el “vacío” que no pueden llenar los bienes de la tierra.
Por ello San Pablo, en la 2ª lectura, en su carta a los Colosenses nos aconsejaba buscar los bienes del cielo donde está Cristo esperándonos para premiarnos si nuestra vida ha sido buena.
No nos apeguemos demasiado a las cosas terrenas porque cuando llegue nuestra hora, cuando el Señor decida llamarnos, lo dejaremos todo aquí. Hemos de luchar por aquellos bienes que no se terminan con la muerte; por los bienes que sí podemos “llevar con nosotros”.
En el Evangelio de San Lucas, Jesús aprovecha la ocasión para enseñar a sus discípulos sobre la actitud cristiana que tenemos que tener ante la vida y en concreto ante los bienes materiales.
El Señor nos previene contra ese modo de pensar, tan extendido entre los humanos, de que cuanto más acumulemos, más segura y feliz será nuestra vida. Por ello Jesús nos decía: “Evitad toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”.
La codicia, el afán de acumular, el convertir los bienes materiales en el fin primordial de nuestro interés, de nuestra vida, ese es el error contra el que nos advierte el Señor. Un seguidor de Jesús no puede orientar su vida con esos criterios de ambición egoísta. Sobre todo cuando vemos que el acumular no garantiza la felicidad, ni mucho menos la vida. Más aún, cuando comprobamos el desastre de un mundo injusto e insolidario que estamos construyendo con dicha actitud.
La vida es mucho más que una acumulación de dinero, propiedades, conocimientos y placeres. La búsqueda incesante de seguridades sólo lleva a vivir en un estado de agitación y de angustia existencial. El esfuerzo que es necesario realizar para alcanzar lo que la sociedad nos propone como ideales de vida, generalmente no es proporcional a las satisfacciones. La dinámica de vivir tras las riquezas, el poder y el prestigio termina por convertir la existencia de los seres humanos en una interminable preocupación que nunca se resuelve.
“Lo mismo le pasa al que amontona riquezas para sí mismo y no se hace rico de lo que vale ante Dios”. Estas palabras con que termina el evangelio, resumen perfectamente el mensaje de hoy. No se trata de acumular bienes; se trata de acumular bondad, que es la riqueza ante Dios. Llenando nuestra vida de bondad, de buenas obras, podremos repartir a manos llenas ayuda, comprensión, convivencia, perdón, fraternidad, reconciliación.
Si hacemos esto, haremos cosecha de la mayor riqueza de Dios, su vida de amor. Y entonces sí que disfrutaremos de la vida en los mil detalles que nos proporciona cada día, porque sembraremos en ellos amor, y el amor siempre florece en dicha y gozo.
Disfrutemos de este tiempo especial que nos concede la vida, que nos regala Dios. “No vivimos para trabajar, trabajamos para vivir”. Hay que buscar los medios económicos necesarios para una vida humana digna, pero digna para toda la humanidad y como cristiano es un deber hacer el bien. Y comprobaremos la felicidad que se siente al vivir así.