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martes, 26 de diciembre de 2017


SAGRADA FAMILIA


El montaje comercial ha establecido un “día de la madre”, un “día del padre” y un “día del niño”.  La Iglesia nos propone, en este domingo dentro de la octava de Navidad, el “día de la madre, el padre y los niños”, o sea el día de la familia.  Por eso celebramos hoy la fiesta de la Sagrada Familia.  Dios quiso que su hijo naciera y viviera durante años en una familia.

En la familia encontramos las condiciones más aptas para iniciar la vida y formar la personalidad. Si los papás viven con amor, entonces la familia es la mejor escuela para la vida y la formación de los hijos.   Son los papás, los transmisores de la vida, quienes ofrecen a sus hijos la ayuda necesaria para que éstos puedan crecer tanto física como espiritualmente.

Hoy se están dando grandes cambios en la sociedad que afecta directamente a la familia y se insiste fuertemente en una pérdida o confusión de los valores morales tradicionales, culturales y religiosos que propician la desintegración familiar.

Hoy se discute sobre cómo debe ser la familia.  Las nuevas costumbres y las modas que vivimos en nuestra sociedad hacen que afecte a la familia y por eso encontramos muchísimas personas que viven en pareja de hecho o sin el sacramento del matrimonio. Los divorcios y el erotismo que viven nuestros jóvenes son causa de esa pérdida del sentido de la familia.  Vemos también el poco entendimiento que hay entre padres e hijos, causando esto una ruptura entre generaciones; vemos también el olvido de los ancianos; el trabajo profesional de la mujer con su mayor ausencia obligada del hogar.  Existen hoy instituciones públicas y privadas que desempeñan las funciones de la familia: cuidado de los niños y su educación.  Algunos padres se sienten liberados así de tener que educar a sus hijos y piensan que esta función le corresponde a la escuela, al gobierno o a la Iglesia.

De todos estos problemas que afectan a la familia, uno de los más importantes es el trabajo profesional de la mujer, sin duda alguna legítimo y aún necesario, pero que de hecho las aleja largas horas del hogar.  Todos sabemos que el papel de la mamá es muy necesario para la formación y afianzamiento de la personalidad de los hijos. Resulta preocupante que en muchas familias los niños no encuentran en su hogar más educador que la televisión o el ordenador a través del cual buscan información, no siempre la mejor ni la más acertada, sin presencia ni ayuda pedagógica alguna. Todo esto y otras situaciones, afectan hoy a la familia.

Hemos de aceptar el papel fundamental de la familia como educadora, transmisora de valores, necesarios para consolidar la personalidad de las personas y la moral en una sociedad. Es un verdadero don el que los hijos hayan tenido unos padres dispuestos al dialogo con ellos.  No hay grupo alguno, ni grupo social mejor dotado que la familia para trasmitir los criterios, las ideas, los valores fundamentales en los que apoyar la vida personal y social de los hijos.

Qué decir de la religiosidad. La familia, que es un lugar de importancia decisiva para el afianzamiento cultural de la persona, lo es también para la iniciación en la religiosidad. La familia puede ofrecer al niño la apertura a la fe en un clima de afecto y confianza, difícil de encontrar en otro grupo. En el hogar el niño puede captar conductas, valores, símbolos, experiencias religiosas, con afecto, que es el modo más convincente y humano, en una proximidad personal en la que no cabe engaño. Si falla esto en la familia, qué difícil que los niños se abran a la fe, a pesar de la instrucción religiosa de la catequesis.

Es un don que el niño haya podido tener unos padres creyentes, a los que haya visto orar, leer con frecuencia el evangelio, tomar decisiones serias en la vida por sus convicciones religiosas. Es un verdadero don el percibir la presencia de Dios como algo valioso, porque esto hará que en los hijos se vayan despertando el sentido de Dios.

Cada familia ha de encontrar su estilo de orar y dialogar en casa: junto al niño pequeño y junto al adolescente, junto al joven y junto al adulto. Acertar a buscar el momento en el que juntos acudan a Dios, manifestando agradecimiento por la vida, por lo que tenemos y nos da, proclamando la alegría y confianza de vivir en su presencia, encontrando en Él seguridad, confianza, alegría en el vivir.

Todo esto no se puede conseguir sin amor. Sin el amor nada ni nadie puede constituir a la familia en lo que debe ser: espacio humano de encuentro y diálogo, comunión de vida, estructura de promoción liberadora, lugar de realización personal de los esposos y de los hijos.

Si muere el amor, todo está perdido; entonces la familia y la casa no es más que un hotel, un dormitorio y un encierro para todos: marido y mujer, padres e hijos.  El amor es la base y el fundamento del hogar, es la única posibilidad de vida, felicidad y progreso personal entre los miembros de la familia.

Que esta eucaristía, celebrada en estos días en los que conmemoramos el Nacimiento de Jesús, nos ayude a enriquecer nuestras familias en afecto, confianza, fidelidad entre todos los que la integran, en la fe y también en el respeto hacia todos los que se esfuerzan en vivir en familia.

 

 

MONICIONES SAGRADA FAMILIA

MONICION DE ENTRADA:

En medio de las fiestas navideñas, dedicamos este domingo a la Sagrada Familia.

El Hijo de Dios encarnado ha vivido las diversas realidades humanas, una de las cuales es la familia.  Su infancia y juventud junto a José y María, marcaron su estilo de hacer las cosas, su personalidad.

Esta es una buena ocasión para poner ante Dios la realidad de nuestras familias, y de orar para que sean auténticas escuelas de amor y de humanidad.

MONICION A LA PRIMERA LECTURA:

Abraham es el modelo de fe y confianza en Dios.  Por él comienza la memoria del pueblo de Israel, éste fue el primer antepasado que dio crédito a la palabra divina.  Así comenzó Dios a salvar y a bendecir a su pueblo.

MONICION A LA SEGUNDA LECTURA:

El autor de la carta a los Hebreos se fija en la experiencia religiosa de Abraham.  Su vida entera consiste en un desarraigarse progresivo de su patria, sus propios anhelos, sus propias cosa, de sí mismo.  Abraham se va quedando solo con Dios.

ANTES DEL ALELUYA:

El evangelista Lucas nos presenta los rasgos ideales en la Familia de José, María y Jesús.  No hay gritos, regaños y ofensas como los hay en nuestras familias; sino responsabilidad civil y religiosa, cuidado mutuo, reflexión, estima y respeto.

Oración Universal: Somos una sola familia con toda la Iglesia.  Por eso oramos juntos al Padre por las necesidades de nuestros hermanos y por las nuestras propias.

Responderán diciendo: Escúchanos, Padre.

-Por la gran familia humana de todos los continentes, por aquellos hombres y mujeres que viven explotados por otros, por los más pobres; para que el diálogo y la ayuda mutua se vayan extendiendo entre los pueblos de la tierra.  Oremos.

-Por nuestro país; para que sepamos aprovechar la colaboración de todos para construir una sociedad justa y acogedora, donde todo el mundo pueda vivir con dignidad.  Oremos.

-Por la Iglesia; para que todos los que formamos la familia de Cristo superemos nuestras divisiones y podamos dar un buen testimonio, en el mundo dividido por guerras y discordias.  Oremos.

-Por nuestro pueblo; para que todos los ciudadanos, entidades, asociaciones e instituciones que vivimos aquí, mejoremos nuestras relaciones y sepamos estar atentos a los más necesitados.  Oremos.

-Por nuestras familias, especialmente por aquellos que lo pasan mal debido a separaciones, enfermedades, dificultades económicas u otros problemas; para que Dios nos acompañe en el camino de la vida; y nosotros, por la fe, sepamos acoger su ayuda, su luz.  Oremos.

-Por los novios, para que sean valientes, tengan un noviazgo responsable y se preparen en serio para tener una vida familiar según el proyecto de Dios. Oremos.

Escucha, Padre, estas oraciones.  Y concédenos aquello que necesitamos para ser hijos tuyos, hermanos de Jesucristo.  Por El, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo…

 

 

SANTA MARIA, MADRE DE DIOS

En este día comenzamos un nuevo año, el 2018.  Hoy inauguramos un nuevo calendario en el que todos los días están por venir.  En este nuevo año habrá días mejores y días malos, días alegres y días tristes, pero hoy aún no sabemos cómo serán esos días.  Sin embargo, hoy nos hacemos propósitos, pensamos en las semanas, en los meses que han de venir y hacemos planes y programas para vivir el nuevo año.  Seguramente también miramos el nuevo calendario para ver cómo van a caer las fechas importantes: las fiestas principales, los cumpleaños, la Semana Santa.

Hoy también deberíamos de agradecerle a Dios la vida que nos ha concedido y que nos sigue conservando para poder comenzar un año más en nuestra existencia.

Dios nos va a acompañar en nuestro caminar a lo largo de estos 12 meses y nos va a sostener y ayudar en las dificultades y en los obstáculos que podamos tener.  Nos va a dar el ánimo necesario para seguir adelante, para que no caigamos y nos hundamos; nos va a ofrecer su perdón y su reconciliación, nos va a seguir diciendo que nos ama y que desea que seamos inmensamente felices en esta vida y, definitivamente, en la del más allá.  Por ello hemos comenzado el año escuchando una especial bendición de Dios.  La 1ª lectura, del libro de los Número, nos la recordaba esa bendición de Dios y la presencia continua de Dios en el transcurso de nuestros días.

Dios va a ser nuestro compañero de camino y de fatigas a lo largo de todo este año; se va a alegrar con nuestras alegrías; se va a gozar con nuestros éxitos; le va a doler nuestros sufrimientos y va a compartir nuestras preocupaciones.

Al comenzar este nuevo año, hemos de decirle a Dios, gracias, Señor porque nos has permitido llegar a este nuevo año 2018.  Gracias por la vida, por las oportunidades que nos das cada día para conocerte a Ti, para hacer el bien, para ser más felices.  Tenemos 365 días para ir escribiendo nuestra historia personal de buenas acciones.  Hay que pedirle pues al Señor que se haga presente, que no nos falte ningún día, que no nos alejemos de Dios ni por un instante en este nuevo año; que sepamos hacer siempre el bien; que nuestra vida sea una influencia positiva para quienes se relacionen con nosotros; que crezcamos en el amor y que en todo momento seamos y nos comportemos como auténticos cristianos.

Pero hoy también al comenzar este año nuevo lo hacemos recordando y celebrando a Santa María, Madre de Dios.

Hablar de María Madre de Dios es hablar de la Mujer que en la plenitud de los tiempos nos ha dado al Hijo de Dios para que también nosotros seamos hijos suyos. Hablar de María Madre de Dios es hablar de lo que significa aceptar en la propia vida la Palabra eterna de Dios hecha carne. En este sentido para todo cristiano y para la Iglesia entera María tiene un lugar verdaderamente excepcional ya que ella llevó en su seno al Hijo de Dios, a Cristo Jesús, ella lo ayudó a crecer y lo acompañó en todo, hasta el pie de la cruz, convirtiéndose en la primera creyente del nuevo Pueblo, en la nueva Eva, en la madre de todo viviente en Cristo.

Todo creyente y la comunidad entera de los creyentes está llamada a mirar continuamente a María para comprender cómo se debe vivir la fidelidad a Dios.  La Iglesia, como María la Madre del Señor, debe vivir de la fe y de la obediencia a la Palabra de Dios y no apegada a sus proyectos aunque parezcan brillantes y efectivos. Confiando siempre en las promesas de Dios que siempre es fiel.

La tercera cosa importante que nos ha reunido este día es celebrar la Jornada Mundial de la Paz.

En el mensaje, titulado “Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz”, el Santo Padre critica la retórica del miedo difundida con fines políticos en algunos países de acogida y pide que se mire a los migrantes y refugiados como miembros de una misma familia humana.

El Papa subrayó el gran deseo de paz que hay en la humanidad, y exhortó a que ese deseo sea escuchado. “La paz es una aspiración profunda de todas las personas y de todos los pueblos, especialmente de aquellos que más sufren por su ausencia, y a los que tengo presentes en mi recuerdo y en mi oración”.

Francisco explicó que “acoger al otro exige un compromiso concreto, una cadena de ayuda y de generosidad, una atención vigilante y comprensiva, la gestión responsable de nuevas y complejas situaciones”.

 

Reclamó el Papa Francisco a los gobiernos unas políticas comprometidas y responsables: “Los gobernantes tienen una responsabilidad concreta con respecto a sus comunidades a las que deben garantizar los derechos que les corresponden en justicia y un desarrollo armónico”.

El Obispo de Roma propuso en el mensaje una estrategia para ayudar a los refugiados, migrantes y víctimas de la trata de personas a alcanzar la paz. Esa estrategia debería estar articulada alrededor de cuatro acciones: acoger, proteger, promover e integrar.

Por último, el Pontífice recordó las palabras de San Juan Pablo II: “Si son muchos los que comparten el ‘sueño’ de un mundo en paz, y si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente en ‘casa común’”.

 

MONICIONES PARA SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS.

MONICION DE ENTRADA:

El sentimiento que hoy llevamos en el corazón es el deseo de que las cosas nos vayan bien durante el año que estrenamos.  Un deseo de felicidad.

Con este sentimiento nos disponemos a celebrar la Eucaristía ocho días después de Navidad, en una fiesta en la que la Iglesia tiene un recuerdo muy especial para María, la Madre de Dios. Y en nuestra oración tendremos un lugar para la paz, en la “Jornada Mundial de la Paz”.

MONICION A LA PRIMERA LECTURA:

Las palabras del Antiguo Testamento que ahora escucharemos son la bendición que los sacerdotes de Israel recitaban sobre el pueblo como final de los actos de culto.  Es, para nosotros, una plegaria del año nuevo.

MONICION A LA SEGUNDA LECTURA:

Por la Encarnación de su Hijo, Dios nos ha hecho hijos.  María ha sido la gran colaboradora en esta venida del Hijo de Dios entre nosotros.  Escuchemos cómo lo expresa san Pablo.

 ANTES DEL ALELUYA:

 “Jesús” no es sólo nombre o reconocimiento con que se conoce al Hijo de Dios, sino signo y misión.  Significa “Dios salva”.  Esto provoca que al revelarse a los pastores y dejarse contemplar por María los vuelve misioneros de Dios.

Oración Universal: Hermanos, en este día primero del año 2018 oremos por todos los pueblos y por todos los hombres.  Para que a todos llegue la bendición de Dios y la paz de Dios.

Responderán diciendo: Escúchanos, Padre.

-Mientras nosotros nos deseamos la paz y un feliz año, en el mundo continúa muriendo gente en las guerras; mucha gente muere de hambre.  Oremos a Dios para que bendiga con el don de la paz y la justicia a estos países y a los gobernantes de todo el mundo.  Y a nosotros nos haga más sensibles a esta realidad y nos dé un estilo de vivir austero y sencillo.  Oremos.

-Cuando nosotros gozamos de la fiesta en estas celebraciones navideñas, a nuestro alrededor muchos jóvenes están atrapados por la droga o se encuentran en la cárcel; otras personas viven la falta de trabajo; muchas familias viven el dolor que todo esto provoca o sufren por causa de separaciones matrimoniales o por otras causas.  Oremos a Dios para que sea su fuerza y su esperanza.  Y a nosotros nos haga trabajar por una sociedad más justa con todos y más acogedora de los que sufren.  Oremos

-Los cristianos celebramos con gozo el papel fundamental que una mujer, María, tuvo en la Encarnación del Hijo de Dios.  Pero en nuestro mundo aún se abusa mucho de la mujer.  Oremos a Dios para que crezca en todo el mundo el respeto a la mujer y para que la Iglesia vaya aceptando la realidad de su igualdad en un mismo Bautismo.  Oremos.

-Por todos nosotros para que este año que comienza seamos mejores en nuestro proceder y atendamos con más cariño al prójimo. Oremos.

Te presentamos, Padre, nuestra oración con mucha confianza.  Porque sabemos que tu amor es total para nosotros.  Por eso te pedimos paz y bendición para todos.  Por Cristo, nuestro Señor.

 

martes, 19 de diciembre de 2017


IV DOMINGO DE ADVIENTO

Hemos llegado al cuarto y último domingo de Adviento.  Durante todo este tiempo hemos intentado prepararnos para encontrarnos con el Señor.  Hoy María nos da la última lección.  Ella nos enseña a confiar en Dios, a amar a Dios y a recibir a Dios en nuestra vida.

La 1ª lectura, tomada del segundo libro de Samuel, nos decía cómo el rey David quería construirle a Dios una casa.  La casa que Dios quiere es vivir en nuestro corazón, hacerse presente en nuestra vida.

Dios se preocupa siempre de nosotros y siempre está viendo la manera de derramar su amor y su bondad sobre nosotros, pero hay que dejarle a Él un lugar en nuestro corazón. Dios está presente en la historia humana y viene continuamente al encuentro de los hombres para ofrecernos paz y justicia y para mostrarnos el camino hacia la verdadera vida, hacia la verdadera libertad, hacia la verdadera salvación.

Si es Dios quien dirige la historia humana, no tenemos razón para temer el futuro del mundo. Los hombres pueden inventar la muerte, la violencia, la injusticia, la opresión, la explotación, el imperialismo; pero Dios sabrá conducir la historia de los hombres y del mundo a buen puerto, de acuerdo con su proyecto de amor y de salvación.

Esta certeza debe llevarnos a enfrentar la historia humana con optimismo, con esperanza y con confianza, aunque parezca que las fuerzas de la muerte controlan nuestra historia y dirigen nuestras vidas.

Es necesario, en estos días previos a la Navidad que tomemos conciencia de que las promesas que Dios hace se cumplen.  Por ello Dios envió a Jesús para mostrarnos el camino hacia el reino de la justicia, de la paz, del amor y de la felicidad sin fin.

¿Qué acogida encuentra Cristo en nuestro corazón y en nuestra vida?  ¿Estamos disponible para que Dios, a través de nosotros, pueda continuar ofreciendo la salvación a nuestros hermanos, particularmente a los pobres, a los humildes, a los marginados, a los excluidos del mundo?

La 2ª lectura, de San Pablo a los romanos, vuelve a reiterar el mensaje de la primera: Dios tiene un plan de salvación que ofrecer a los hombres.

Dios se preocupa por nosotros y Dios nos ama, y ese amor no es un amor pasajero, sino que forma parte del ser de Dios y está siempre en la mente de Dios amarnos a todos sus hijos.  Por ello no olvidemos esto: no  somos seres abandonados a nuestra suerte, perdidos y a la deriva en un universo sin fin; sino que somos seres amados de Dios, personas únicas e irrepetibles que Dios conduce con amor a lo largo del camino de la historia y Dios tiene un proyecto eterno de vida plena, de fidelidad total, de salvación.

Prepararnos para la Navidad significa preparar nuestro corazón para acoger a Jesús, para aceptar sus valores, para comprender su manera de vivir, para adherirse al proyecto de salvación que, a través de Él, Dios Padre nos propone.

 

En este domingo que precede a la Navidad, el evangelio de san Lucas, nos ha presentado la figura de María.  La historia de María muestra cómo fue posible que Jesús naciera en el mundo: a través de un “sí” incondicional a los proyectos de Dios. Es necesario que, a través de nuestros “síes”, a través de nuestra disponibilidad y entrega, Jesús pueda venir al mundo, y ofrecer a nuestros hermanos, particularmente a los pobres, a los humildes, a los infelices, a los marginados, la salvación y la vida de Dios.

Alégrate. Es lo primero que María escucha de Dios y lo primero que hemos de escuchar también nosotros. “Alégrate”: ésa es la primera palabra de Dios a toda criatura. Sin alegría la vida se hace más difícil y dura.

El Señor está contigo. Dios nos acompaña, nos defiende y quiere siempre nuestro bien. Podemos quejarnos de muchas cosas, pero nunca podremos decir que estamos solos porque no es verdad. Dentro de cada uno, en lo más hondo de nuestro ser está Dios nuestro Salvador.

No temas. Son muchos los miedos que pueden despertarse en nosotros. Miedo al futuro, a la enfermedad, a la muerte. Nos da miedo sufrir, sentirnos solos, no ser amados. Podemos sentir miedo a nuestras contradicciones e incoherencias. El miedo es malo, hace daño. El miedo ahoga la vida, paraliza las fuerzas, nos impide caminar. Lo que necesitamos es confianza, seguridad, luz.

Llega la Navidad. Preparémonos para vivir esta Navidad, purificando nuestro corazón de todo egoísmo, del consumismo que nos vacía, del odio que nos impide amar o de la indiferencia que nos imposibilita para actuar. ¡Dios está con nosotros! Esta es nuestra Buena Noticia. Recibámoslo con un corazón generoso como María lo supo hacer en la humildad de su persona.

 
 
MONICION DE ENTRADA:

Sean bienvenidos a esta celebración del domingo que nos prepara para la Navidad.  Con todos los hombres y mujeres que a lo largo de siglos esperaron la llegada del Mesías, con Isaías, con Juan Bautista y con María, la jovencita de Nazaret que esperaba gozosamente el nacimiento de su hijo, nosotros también esperamos hoy la gran fiesta que se acerca.  Dios viene a nosotros.  Y nos disponemos a recibirlo, y queremos que su venida transforme nuestras vidas.

MONICION A LA PRIMERA LECTURA:

Los proyectos devotos son buenos, siempre que los hombres tengan presente que es Dios quien les propone cómo honrarlos para agradarle.  El rey David pretende construir un santuario; pero Dios se le adelanta prometiéndole una dinastía.

MONICION A LA SEGUNDA LECTURA:

La revelación de la salvación de Dios ha ocurrido lentamente.  No obstante, ahora, en la plenitud de los tiempos, Dios la ha hecho pública a los seguidores de Jesús como verdad por asimilar y noticia que comunicar a todos los hombres.

ANTES DEL ALELUYA:


 El Antiguo Testamento puede resumirse en noticia continua del Mesías que viene.  El anuncio del ángel a María resume y explica todo anuncio anterior: Dios se hace hombre para que el hombre sea salvado en y desde su realidad humana.

 

VIGILIA DE NAVIDAD

Hoy, hermanos y hermanas, hemos salido de casa y hemos venido aquí, a reunirnos con la comunidad, a través de la oscuridad. Nos hemos reunido de noche. Y la noche —esta maravillosa noche de Navidad— por un lado, da un sentido especial a nuestra celebración; por otro lado, nos sirve de parábola: es la imagen de otra clase de oscuridad. No podemos olvidar la cara oscura de la vida: la de las desgracias, las enfermedades o las privaciones materiales; la del pecado con toda su miseria moral. Estamos todos, dentro de esta pesada noche. La traemos pegada a la piel. Somos “el pueblo que caminaba en tinieblas”, como nos decía el profeta Isaías.

Ahora bien, todo esto es cosa del pasado. La novedad es otra. La buena nueva que hoy nos reúne y pone en nuestros labios un cántico nuevo es que, desde la primera Navidad, “habitaban tierra de sombras y una luz les brilló”. “Les traigo una buena noticia”, dice el ángel a los pastores de Belén: “les ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor”. Es ésta la gran noticia que en esta asamblea eucarística actualizamos. La luz de la Navidad es gracia que lo ilumina todo: Genera en nosotros la alegría cierta de una paz absoluta, incondicionada, porque no tiene su fundamento en nosotros, sino en un hecho maravilloso que nos trasciende: el Señor ama a los hombres.

Por ello esta noche hemos de decir: ¡Felicidades, Jesús! ¡Felicidades, hermanos!

Esta es la noche de las felicitaciones, porque es la noche de la felicidad, de la dicha más grande jamás anunciada: Dios se acordó de nosotros, Dios está entre nosotros, Dios nos quiere, nos ama y nos salva.

¡Felicidades, Jesús! Te has hecho tan nuestro que eres uno de nosotros, un niño que nace, que comienza a cumplir años.

Y cuando uno de los nuestros cumple años le decimos lo que a ti: ¡Felicidades!, ¡Bienvenido!

Te has hecho tan nuestro que eres uno de nosotros, y cuando uno de los nuestros descubre o aporta algo importante, lo felicitamos. Y tú nos descubres lo más importante: al mismo Dios; y tú nos aportas lo jamás soñado: el amor inmenso de Dios que se hace ternura en la carne de un niño, que se expresa en beso de perdón y de acogida, que se derrama en esperanza salvadora, que se entrega hasta la locura de la cruz. ¡Felicidades y gracias, Jesús!

¡Felicidades, hermanos! Estamos de enhorabuena. De la más completa enhorabuena. Lo increíble ha sucedido. Lo esperado por los siglos ha llegado. “El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz grande; habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló”.

El cielo ha rasgado sus velos y ha tendido un puente hasta la tierra. Desde hoy cielo y tierra se han unido. Dios y hombre se han fundido en un abrazo tan estrecho, que será imposible separarlos: el Hijo será nuestro hermano para siempre y nosotros para siempre sus hijos.
 
Cristo asume por completo nuestra vida humana, para que nosotros asumamos en Él la vida divina. Cristo nace e inicia su camino de amor hasta la muerte, para que nosotros nos hagamos compañeros de viaje y caminemos con Él por el amor hasta la vida que vence a la misma muerte y se abre a la resurrección. Así que felicidades, hermanos, estamos de enhorabuena.

¡Felicidades, María! ¡Es un niño lleno de hermosura! ¡De verdad! Nunca podremos decirlo a nadie con más verdad que a ti. Porque sabes que ese niño, tu hijo, el que acabas de dar a luz y aún estrechas en tus brazos, es la joya más preciosa, el tesoro más valioso y, por encontrarlo, merece dejarlo todo y entregarlo todo, hasta la propia vida.

Porque ese "niño que nos ha nacido, ese hijo que tú nos has dado, lleva al hombro el principado, y es su nombre: maravilla de consejero, Dios Amigo, Padre perpetuo, príncipe de la paz". Por eso estás tranquila, a pesar de no poder ofrecerle otra cosa al Dios hombre de tus entrañas, nacido entre tanta pobreza. Porque sabes que la riqueza es Él, y que precisamente desde la pobreza de un corazón sin apego alguno, es desde donde lo podemos presentar lo único que viene a buscar, nuestro amor.

¡Felicidades, José! No te apenes por no haber podido contar siquiera con la cuna de madera que, a buen seguro, estabas preparando en Nazaret con tantísimo cariño. ¿Ves? El pesebre que con tu buena maña has convertido en una cuna improvisada, es el mejor trono real para este Príncipe de la Paz.

¡Quédate satisfecho, José! Dios ha encontrado en ti, el hombre justo para ser el padre de quien trae la justicia; el creyente fiel que ha merecido cumplir las Escrituras y ponerle el nombre al Salvador, Jesús; el esposo que cuida en amor del amor virginal de María y del fruto virginal de su vientre.

En Jesús, María y José, nos felicitamos todos. Porque -lo decía san Pablo- “ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres; enseñándonos a renunciar a la vida sin fe y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y santa”.

Este queremos que sea nuestro regalo: vivir con fe, sabiéndote descubrir en la carne más débil y necesitada de nuestros hermanos los hombres; vivir con sobriedad, aprendiendo tu lección de pobreza para compartir con ellos cuanto somos y tenemos, como tú; vivir con honradez nuestra religiosidad para demostrarte que te amamos amando a los demás.

Nuestro regalo eres tú, Señor. Permítenos frotarnos los ojos para creer lo que está sucediendo.

Permítenos escuchar una vez más “la Buena Noticia, la gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tienen la señal: encontraran un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.
 
Aquí, en la Eucaristía, que es el nuevo Belén, tenemos la señal: es el Mesías, el Señor, renovando su nacimiento y con Él el misterio todo de nuestra redención.

Aquí y en Él, en Cristo, Dios nos sale al encuentro con su salvación realizada ya y que culminará cuando este Príncipe de la Paz reúna todo principado en el cielo y la tierra y lo presente a Dios en la plenitud de los tiempos. Entonces nuestro canto será como el de esta noche, aunque con una palabra añadida: “Gloria a Dios en el cielo, y en la nueva tierra paz a los hombres que ama el Señor”.

 

VIGILIA DE NAVIDAD

MONICION DE ENTRADA:

Hermanos, pequeños, jóvenes y mayores: Hoy se nos ha revelado la bondad de Dios y su amor al hombre.  Un niño, el hijo de María, nos muestra el rostro lleno de ternura de nuestro Dios.

Aquel que es la Luz y la Vida ha venido para caminar junto a nosotros, para compartir nuestra existencia.  Y nosotros como los pastores, estamos aquí para celebrar esta gran alegría y para abrirnos al gran amor que Dios siembra en cada hombre y cada mujer.

 MONICION A LA PRIMERA LECTURA:

Isaías, profeta navideño por excelencia, presenta la salvación como luz, alegría, liberación y, sobre todo, como don de un niño: “El Príncipe de la paz”. No viene a establecer el gobierno de David, sino el reinado de Dios en justicia.

 MONICION A LA SEGUNDA LECTURA:

La encarnación de Cristo es el gesto supremo del amor de Dios por humanidad; enseña a acabar con el mal; muestra cómo vivir en la bondad y en la esperanza de su manifestación; y se define como “el Señor que está con nosotros”.

 ANTES DEL ALELUYA:

Aunque el nacimiento de Jesús no tuvo testigos ajenos a la familia, el evangelista Lucas presenta a los primeros misioneros de su Epifanía.  Son pastores sencillos y no gente importante; están dispuestos a visitarlo; y aceptan la señal de su visita.

DIA DE NAVIDAD

Son muchos los que esperan que la lotería o la suerte les cambie sus vidas. Otros, en cambio, decepcionados por las esperanzas no realizadas, ya no esperan nada estas Navidades. Tratan de disfrutar lo mejor posible el presente. Hay, sin embargo, algunos, los verdaderos creyentes, que no se resignan a una felicidad basada únicamente en los bienes de consumo. Sueñan con una vida de mayor calidad, más humana, no sólo para ellos sino también para los demás.

Para todos los que mantienen viva la esperanza de un futuro mejor, el mensaje de la Navidad constituye la gran noticia, la buena noticia: hoy nos ha nacido un Salvador. La Navidad no es, pues, un recuerdo nostálgico de algo que ocurrió una vez en el pasado y que ahora recordamos sentimentalmente poniendo el belén con el niño, los pastorcillos y las ovejitas.

La Navidad no puede ser sólo sentimentalismo de unos días. Tenemos, como creyentes, que transformarnos por el nacimiento del Señor.  La Encarnación no es algo que ocurrió en el pasado, sino que es una realidad actual. Hoy, en mí, Jesús tiene que nacer, por obra del Espíritu Santo, de María Virgen.

¿Cuántos son los que creen de verdad en la Navidad? ¿Cuántos los que saben celebrarla en lo más íntimo de su corazón? Estamos tan entretenidos con nuestras compras, regalos y cenas que resulta difícil acordarse de Dios y acogerlo en medio de tanta confusión. Nos preocupamos mucho de que estos días no falte nada en nuestros hogares, pero a muchos no les preocupa si allí falta Dios. Por otra parte, andamos tan llenos de cosas que no sabemos ya alegrarnos de la “cercanía de Dios”.

Y una vez más, estas fiestas pasarán sin que muchos hombres y mujeres hayan podido escuchar nada nuevo, vivo y gozoso en su corazón. Y quitaran el Belén y el árbol y las estrellas, sin que nada grande haya renacido en sus vidas.

La Navidad no es una fiesta fácil. Sólo puede celebrarla desde dentro quien se atreve a creer que Dios puede volver a nacer entre nosotros, en nuestra vida diaria. Este nacimiento será pobre, frágil, débil como lo fue el de Belén. Pero puede ser un acontecimiento real. El verdadero regalo de Navidad.

Dios es infinitamente mejor de lo que nos creemos. Más cercano, más comprensivo, más tierno, más valeroso, más amigo, más alegre, más grande de lo que nosotros podemos sospechar. ¡Dios es Dios! 

Los hombres no nos atrevemos a creer del todo en la bondad y ternura de Dios.  Necesitamos detenernos ante lo que significa un Dios que se nos ofrece como niño débil, frágil, indefenso, sonriente, irradiando sólo paz, gozo y ternura. Se despertaría en nosotros una alegría diferente, nos inundaría una confianza desconocida. Nos daríamos cuenta de que no podemos hacer otra cosa sino dar gracias.

Este Dios es más grande que todos nuestros pecados y miserias. Más feliz que todas nuestras imágenes tristes y raquíticas de la divinidad. Este Dios es el regalo mejor que se nos puede hacer a los hombres.

Nuestra gran equivocación es pensar que no necesitamos de Dios. Creer que nos basta con un poco más de bienestar, un poco más de dinero, de salud, de suerte, de seguridad. Y luchamos por tenerlo todo. Todo menos Dios.

Felices los que tienen un corazón sencillo, limpio y pobre porque Dios es para ellos.  Felices los que sienten necesidad de Dios porque Dios puede nacer todavía en sus vidas. Felices los que, en medio del ruido y preocupación de estas fiestas, sepan acoger con corazón creyente y agradecido el regalo de un Dios Niño. Para ellos habrá sido Navidad. 

Es Navidad, porque Dios ha visitado nuestra tierra; es más, se ha implicado de lleno en ella, en nuestra vida para llenarla de luz, de alegría, de esperanza. Dios se hace en Jesús un hombre entre los hombres. Es la máxima dignificación del ser humano, de la vida humana, que Dios asuma nuestra débil naturaleza.

Él es el mensajero del que habla el profeta, del que dice que anuncia la paz, que trae la buena nueva, que pregona la victoria... Dios no sólo no se desentiende de nuestro mundo, sino que se instala en él para transformarlo desde dentro. Dios no se muestra un desinteresado de los hombres, sino que se acerca tanto a ellos que se hace uno de ellos para mostrar a todos cuán grande es el amor que nos tiene. Porque la encarnación del Hijo de Dios es una prueba irrefutable y contundente del gran amor con que Dios nos ama.

El Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros. Con esta bella expresión, el evangelio según San Juan describe la entrada de Jesucristo en nuestro mundo. Él es el Mesías anunciado por los profetas y esperado durante siglos, el que iba a traer la liberación definitiva. El mensaje y la salvación de Jesús no iban a tener una índole política. Esa liberación esperada iba a ser una liberación interior.

Las verdaderas cadenas y ataduras del hombre no están fuera, sino en el interior de él mismo. La peor de todas ellas es el pecado. Jesús nos trae la libertad interior frente al pecado, frente a la ley esclavizante, frente a la muerte. Nos propondrá el camino de las bienaventuranzas, camino de felicidad como voluntad irrenunciable de Dios hacia nosotros; nos trae el perdón de nuestros pecados obrado con su muerte en la cruz; nos trae la victoria definitiva sobre la muerte, con su resurrección.

Pero recordemos, en este día una vez más, que estos acontecimientos no sólo son para recordarlos, sino para actualizarlos.

Hoy nace Jesús entre nosotros. Hoy viene también a nuestro mundo, a nuestras familias, a nuestro corazón. Que no nos pase de largo e inadvertido. Si no nos detenemos ante Él, no lograremos entenderlo; pero si nos detenemos a contemplarlo, a escuchar su mensaje, a adorarlo con humildad... si lo acogemos sinceramente y de corazón, Él iluminará nuestras oscuridades, dará luz a nuestras tinieblas.

Que algo cambie hoy dentro de cada uno de nosotros. Que la presencia de Jesús hecho niño para nosotros nos haga más felices, hombres y mujeres más plenos, más hijos de Dios, más hermanos de todos. Feliz Navidad para todos.

 
 
MONICIONES NATIVIDAD DEL SEÑOR
 
MONICION DE ENTRADA:
 
Hermanos, pequeños, jóvenes y mayores: Hoy se nos ha revelado la bondad de Dios y su amor al hombre.  Un niño, el hijo de María, nos muestra el rostro lleno de ternura de nuestro Dios.
 
Aquel que es la Luz y la Vida ha venido para caminar junto a nosotros, para compartir nuestra existencia.  Y nosotros como los pastores, estamos aquí para celebrar esta gran alegría y para abrirnos al gran amor que Dios siembra en cada hombre y cada mujer.
 
MONICION A LA PRIMERA LECTURA:
 
 Todo mensajero de Dios es bien recibido, sobre todo cuando su noticia es buena y agradable para quien la escucha.  Isaías habla de un enviado especial de Dios.  Su voz es esperada; su llegada causa alegría; y su mensaje trae presencia de Dios.
 
MONICION A LA SEGUNDA LECTURA:
 
El autor de la carta a los hebreos resume en pocas líneas todas las palabras de la salvación.  Hubo palabras proféticas en el pasado, pero la definitiva es Cristo quien vive entre nosotros.  Él es reflejo de la gloria de Dios.  ¡Es su Hijo!
 
 ANTES DEL ALELUYA:
 
 Jesús es la Palabra personal de Dios; es el Preexistente, la luz que viene a este mundo y el Exegeta del Padre.  Recibirlo, escucharlo, atenderlo es el camino que lleva a la salvación.  Se ha hecho carne y ha venido a quedarse con nosotros.
 


sábado, 16 de diciembre de 2017


MONICIONES PARA EL III DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO B)

MONICIÓN DE ENTRADA 

Sean bienvenidos hermanos a la celebración de este III Domingo de Adviento, llamado también “domingo de gaudete”, o de la alegría, por la primera palabra del introito de la Misa: Gaudete, es decir, regocíjense. Isaías y San Pablo son testigos hoy de ese gozo en las lecturas que escucharemos.

El motivo de esta alegría es muy profundo: Dios está cerca, Dios viene a nuestra vida a cumplir sus promesas de salvación, Así que con ese gozo desbordante, comencemos esta celebración.

 Moniciones para las lecturas

Primera lectura (Isaías 61, 1-2a. 10-11)

Después del retorno de Babilonia, y cuando las promesas de Dios no parecían cumplirse, un mensaje de gozo y esperanza es dirigido por un enviado al pueblo de Israel. Escuchemos 

Salmo responsorial (Interleccional: Lucas 1, 46-48. 49-50. 53-54)

Esta vez el salmo responsorial no está tomado del AT, sino del evangelio. Es el Magníficat de la Virgen María, que hace eco al anuncio del profeta: "se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador".

Segunda lectura (1 Tesalonicenses 5, 16-24)


En el contexto de la "Alegría" de este domingo, para San Pablo esta alegría es profunda, porque quiere a sus cristianos constantes en la oración y en la acción de gracias, y con una actitud positiva en la vida. Es el mensaje que escucharemos a continuación.

Evangelio (Juan 1, 6-8. 19-28)


 De nuevo aparece Juan, el Precursor, como protagonista del evangelio de hoy, presentándose como el testigo de la luz e invitando a la conversión. Preparémonos para la escucha de esta Palabra.

ORACIÓN DE LOS FIELES

1.    Para que la Iglesia siga llevando la alegría de la salvación a todos los rincones del planeta. Oremos

2.    Para que el mundo y sus gobernantes luchen por el progreso de los pueblos, generando bienestar para todos. Oremos.

3.    Para que los más necesitados, especialmente los que no tienen techo, este domingo se llenen de alegría y encuentren refugio. Oremos.

4.    Para que nosotros compartamos la alegría del evangelio con aquellos que en el mundo viven sin esperanza. Oremos.



martes, 12 de diciembre de 2017


III DOMINGO DE ADVIENTO (CICLO B)

 
El tercer domingo de Adviento es el domingo Gaudete, el domingo de la alegría.  La Iglesia nos invita hoy a alegrarnos porque ya estamos cerca del acontecimiento del nacimiento del Señor.

La 1ª lectura, del libro del profeta Isaías, nos presenta a Dios, a un Dios que se preocupa de los que sufren, de los desheredados de la tierra, de los excluidos, de los marginados.

Dios cumple sus promesas y esta es la señal: los pobres reciben la Buena Noticia.  Esto quiere decir que Dios cura los corazones rotos: ¡hay tanto desamor en nuestro mundo!; proclama el perdón a los cautivos, la libertad a los prisioneros: ¡cuántas esclavitudes nos domina!  Dios viene a dignificar a todos los seres humanos: ¡no basta con ayudar al pobre, sino que debemos hacer de él un hombre digno!

Dios pregona el año de gracia del Señor: ¡Sólo es posible que la gracia llegue a todos si eliminamos la pobreza y sus causas injustas!  Es decir tenemos que trabajar por un nuevo orden internacional donde el hombre deje de ser explotado por el propio hombre.

Hoy seguimos, como en épocas pasadas, excluyendo a una parte importante de la población mundial del derecho a una vida digna.  La falta de justicia se manifiesta como una constante a lo largo de la historia y hoy se justifica esa falta de justicia mediante una sutil manipulación de las fuentes de información.  La exclusión, la pobreza, no sólo no disminuyen sino que van adoptado nuevas formas y se propagan con mayor velocidad. 

Todos participamos de esta marginación, como marginados o marginadores, porque quien no practica la justicia está directa o indirectamente apoyando la pobreza y la marginación.

Por ello, Dios nos quiere liberar del mal que existe en nosotros, de nuestros pecados, del daño que causamos a los demás y del daño que nos causamos a nosotros mismos.  Hay que vivir en amistad con Dios para vernos libres de todas las esclavitudes y liberar también a este mundo.

La 2ª lectura, de San Pablo a los Tesalonicenses, nos invitaba a preparar la llegada del Señor, y a vivir con alegría este acontecimiento.

No parece fácil vivir con alegría en estos tiempos nuestros marcados por el desencanto, el desengaño y el pesimismo.  A pesar de las fiestas que vamos a celebrar, estamos rodeados de muchas personas que tienen su corazón desgarrado, personas que viven sometidas a mil y una esclavitud, bien sea personal, familiar o social; hay muchas personas que sufren hambre, que no tienen trabajo, violencia, droga, etc.

Pero la alegría cristiana, y a la que se nos invita en estos días, es una alegría basada en la fe y que se manifiesta mediante la oración, la celebración de la Eucaristía y la acción de gracias a Dios.  Por tanto la preparación y la celebración de la Navidad hemos de realizarla bajo tres cosas importantes: alegría, por sentirnos llamados a vivir y a formar parte de una comunidad de fe, esperanza y amor; oración, que es la manera permanente de mantener nuestro diálogo con Dios y acción de gracias porque Dios no nos olvida y siempre nos tiene en su pensamiento y en su amor.

El Evangelio de san Juan, nos presenta la figura de Juan el Bautista.  Él es un testigo de la luz.  Denuncia las mentiras de esta vida; las mentiras de los poderosos se acabarán un día y triunfará la verdad; denuncia el odio, la violencia, la guerra, ya que estas cosas no son parte del mundo que Dios quiere; denuncia que el explotar a la mayoría de los hombres para que una minoría vivan bien nunca fue este el proyecto de Dios.

Podemos ser hombres nuevos, hombres que en vez de generar muerte e injusticias, generemos un mundo de paz, de fraternidad, luz, alegría y amor.

Juan es la voz que grita en el desierto, donde nadie oye su voz porque los que deberían escucharla no la escuchan y por eso les dice Juan “en medio de ustedes hay uno que no conocen”

Hay personas que dicen conocer a Dios y sin embargo esclavizan a los débiles y explotan a los necesitados.  Por ello tendríamos que preguntarnos nosotros también si conocemos a Dios, si Dios no es un desconocido para nosotros.  Podemos tener fe, pero si la fe no baja al corazón, Dios seguirá siendo un auténtico desconocido para nosotros.

Alegrémonos en este domingo en el Señor, porque Él está en medio de nosotros y nos invita a ser más humanos, más fraternos, más solidarios, para así poder celebrar una Navidad más cristiana.