X DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)
Las lecturas que acabamos
de proclamar nos hablan de la existencia
del pecado desde el origen de la humanidad y la urgencia que tenemos de luchar contra el mal, con la
confianza de que Cristo es más fuerte que el mal y ya lo ha vencido.
La 1ª lectura del libro del Génesis nos
presentaba al pueblo de Israel preguntándose cómo había comenzado el mal en
nuestro mundo.
El mal y el pecado existen
en nuestra vida y en nuestra sociedad.
La tentación y el pecado es una experiencia que todos tenemos: niños y
mayores, religiosos y laicos. El mal existe
en nuestra vida y todos caemos en él. A
veces, le echamos la culpa a los demás o al ambiente, sin embargos somos
nosotros los que hacemos una opción libre por el mal. Somos débiles, y ante el programa que Jesús
nos ofrece, preferimos otros programas que las “serpientes” en turno nos van ofreciendo con sutiles argumentos.
En nuestra sociedad y en
nuestro mundo existe el pecado a pesar de todos los avances tecnológicos. Esta
situación de pecado es una experiencia que tenemos todos: niños y mayores. El mal
existe en nuestra vida y todos caemos en él.
Ante el mal no podemos
quedarnos indiferentes o desanimados. Somos invitados a resistir, a trabajar
para que el mal no triunfe en este mundo ni en nosotros mismos.
La 2ª lectura de la 2ª carta de san Pablo a los Corintios
nos narraba cómo es la vida de un apóstol y de una
comunidad.
En la vida de un cristiano
hay momentos de dificultades que a veces nos desaniman. Ante estas dificultades, de las que san Pablo
tiene amplia experiencia, hay una respuesta: los esfuerzos que se hagan para
superar esas dificultades tienen sentido, “todo
es para nuestro bien”. A veces, vale
la pena sufrir un poco porque ese sufrimiento puede ser fecundo: “Nuestros
sufrimientos momentáneos y ligeros nos producen una riqueza eterna, una gloria
que los sobrepasa con exceso”, nos decía san Pablo.
Pero hay también otro “enemigo” que amenaza nuestra
fidelidad: nuestra caducidad y el pensamiento de la muerte. Hay personas que piensan que como ya les
queda poco tiempo de vida ya no vale la pena seguir trabajando. San Pablo nos recuerda que siempre debemos
trabajar por el Reino de Dios porque así en nuestra vida y en nuestra muerte
nos unimos a Cristo: “sabiendo que quien
resucitó a Jesús también nos resucitará a nosotros”
El
Evangelio de san Marcos nos hablaba del único pecado que no se puede
perdonar: “a los hombres se les
perdonaran todos sus pecados y todas sus blasfemias. Pero el que blasfeme
contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón”.
Ese “pecado contra
el Espíritu” es no querer ver la luz y la llamada de Cristo, es ignorar a
Dios.
También Jesús nos ha hablado
hoy de quién es su verdadera familia.
No basta dar la vida,
tener los lazos de la carne y de la sangre, o como dicen los israelitas, “ser de los mismos huesos”, se necesita
mucho más para ser familia: “El que
cumple la voluntad de mi Padre, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”.
Para ser familia no
basta estar juntos y tener la misma sangre, se requiere cumplir con la misión
para la que hemos sido creados: diálogo,
encuentro en relación, disposición para asumir que sólo con el otro estamos
completos; ser imagen del mismo Dios.
Cuando no tenemos
tiempo para la relación, cuando rehusamos mirarnos a los ojos, cuando negamos
nuestra mano al hermano, no bastan los
lazos de la carne para ser hermanos. Por el contrario, cuando asumimos
nuestra relación como hijos del verdadero Dios y miramos a Cristo como nuestro
hermano que nos amplía los horizontes, descubrimos que la fraternidad no se
cierra entre cuatro paredes, sino que se abre para recibir a todos los hombres
y mujeres que cumplen la voluntad del Padre.
En lugar de negar a la
familia, le está dando Jesús mayor fortaleza, mayor seguridad y bases más
seguras.
Es pues muy importante
que descubramos la fraternidad en nuestras familias, y formar nuevas familias
siempre abiertas a recibir otros miembros, más allá de la sangre, que la
enriquezcan y la lleven a construir el Reino, sueño de Jesús para todos los
hermanos. Las relaciones en casa deben superar nuestros egoísmos y educarnos
para una vida en fraternidad en todos los ámbitos. Miremos nuestras familias,
miremos nuestra sociedad y preguntémonos si estamos siendo fieles a la misión o
si nos hemos extraviado por los caminos. ¿Cómo es la vida en familia y cómo
construimos relaciones de amistad, comprensión y amor dentro de ella?
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