XXXI DOMINGO ORDINARIO
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XXXI DOMINGO ORDINARIO
La celebración de este domingo es una
invitación a que redescubramos qué es lo más importante en nuestra vida y en
nuestra fe, porque quizás lo hemos olvidado y tenemos que saber qué es lo
más importante para poder llevarlo a la práctica.
La 1ª lectura del libro del Deuteronomio nos presenta la
solemne proclamación de fe que todo israelita debe hacer diariamente al
amanecer, al medio día, al ponerse el sol y cuando va a morir.
El mensaje es muy claro: “Sólo hay un Dios
al que debemos amar con todo el corazón, con toda el alma y con todas nuestras
fuerzas”.
A veces, nos olvidamos que Dios tiene que ser el
eje fundamental sobre el cual debe girar nuestra vida y dejamos que nuestro
corazón se vaya tras otras cosas y ponemos nuestra confianza, nuestra seguridad
y nuestra esperanza en el dinero, el poder, el éxito, la realización
profesional, la posición social, los títulos, etc.
Decir que Dios es único, es decir que Él es
el único y verdadero camino para una vida en plenitud. Nunca nos vamos a realizar plenamente como
seres humanos viviendo al margen de Dios.
Sin Dios, contando únicamente con nuestras fuerzas,
no vamos a encontrar el camino para realizarnos plenamente, para encontrar la
felicidad, para vivir una vida en plenitud.
Afirmar que hay que amar a Dios, supone que hay
que analizar la cuestión de los ídolos, a quienes tantas veces, les
entregamos la dirección de nuestra vida.
Muchas canciones hablan del olvido: del amor
que fue y ya no es; se lamentan del desencuentro después del encuentro, de
la distancia después de la cercanía.
Muchas canciones son interpretaciones de tantas experiencias de desengaños
amorosos. Pero muchas de esas canciones
podría cantarla el mismo Dios. Muchas de esas canciones de amores y desamores,
muchas de esas historias, podría tener a Dios como el protagonista. Dios está siendo objeto de desamor, de
infidelidad amorosa, de indiferencia y de olvido.
Nuestro Dios es Amor, es Pasión amorosa hacia
nosotros y no se merece un trato frío, de indiferencia y olvido.
La 2ª lectura de la carta a los Hebreos nos presenta a
Jesucristo como el sumo sacerdote que vino al mundo para realizar el proyecto
salvador de Dios Padre y para ofrecer su vida en donación de amor a los
hombres.
Nosotros, como creyentes, siempre estamos
preocupados de cómo agradar a Dios y cómo darle culto, y a veces, nos
olvidamos que a Dios lo que más le gusta es la entrega de nosotros mismos a Él. El culto que Dios nos pide y que le agrada es
que obedezcamos y hagamos realidad sus proyectos y el amor a los hermanos.
El evangelio de san Marcos nos dice hoy qué es lo
central, lo primero y principal, lo fundamental para un cristiano. Y Jesús nos dice que es el amor a Dios y
el amor a los hermanos. Esto es lo
fundamental y estos dos mandamientos no se pueden separar.
Amar
a Dios y al prójimo, a la vez, sin división, porque el amor al prójimo es
prueba del amor que decimos profesar a Dios. Pero hay un problema, el
problema de saber qué es el amor.
Porque
quizás no haya una palabra tan maltratada y adulterada como esta del
amor. Amor romántico, amor posesivo, amor familiar, amor de pareja, hacer
el amor... ¿qué es el amor? ¿Cuál es el verdadero amor? Nos
pasamos la vida pensando que amamos a alguien y quizás lo único que estamos
haciendo es comerciar con los sentimientos y las necesidades de cada uno.
Decimos
amar pero damos por supuesto siempre que tenemos que ser correspondidos. Y no
hablemos ya del problema que la psicología moderna nos ha descubierto con la
autoestima, porque hay muchas personas que no se aman en absoluto, personas
que desprecian su imagen, su trabajo, su vida en general. Personas quizás poco
agraciadas físicamente, quizás poco inteligentes, personas que cometieron
graves errores, personas que nadie las amó, ni les dijo una palabra de
aceptación... ¡Cómo pedirles a estas personas que amen a los demás
como a sí mismos si no se aman nada!
La
solución hay que buscarla en las palabras y los gestos de Jesús, cuando en la
noche del Jueves Santo revelará a sus discípulos cómo tienen que amarse: “Amaos
los unos a los otros como yo os he amado” les dirá. Así, para
saber en qué consiste el amor, sabemos que no depende del sentimiento amoroso,
ni de la autoestima, ni de mis necesidades, sino que el amor consiste en amar
como Jesús nos ha amado, dando la vida. Y dar la vida significa estar
dispuesto a gastarse en favor de los demás. Gastar nuestro tiempo,
nuestras fuerzas, nuestro dinero. Es como dar un cheque en blanco.
Que
lleguemos a conseguir en nuestra vida amar de esta manera no es fácil.
Pero al menos tenemos claro el camino, y siempre en nuestras relaciones con los
demás podremos traer a la mente el amor de Jesucristo y así estaremos seguros
de nunca fallar.
Que
el Señor nos enseñe a amar en la escuela de su corazón.
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