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martes, 10 de marzo de 2020

III DOMINGO DE CUARESMA (CICLO A)

Todos hemos experimentado, a lo largo de nuestra vida, diferentes tipos de necesidades.  Tenemos la necesidad de ser amados, de amar, de tener cosas, la necesidad de descansar.  La Palabra de Dios, en este tercer domingo de Cuaresma, nos va a iluminar sobre cuáles de estas necesidades son fundamentales para nuestra vida.

La 1ª lectura, del libro del Éxodo, terminaba diciendo: “¿Está el Señor entre nosotros o no?”.  Quizás alguna vez nos hemos hecho esta pregunta.  Quizá nos la hemos hecho ante un momento de desengaño, o de soledad, o ante una desgracia.  La respuesta es sí: Dios está con nosotros, está a favor nuestro, nunca nos deja.

Todos nosotros, todos los días tenemos la experiencia de un Dios que nos libera y nos salva, que está presente a nuestro lado, que nos tiende la mano.  Sin embargo en nuestra vida, hay momentos que nos hacen dudar de la bondad de Dios, de su amor, de su proyecto para salvarnos.  Sin embargo la Palabra de Dios nos dice que Dios nunca abandona a nadie.  Él está a nuestro lado, en cada paso que damos, para ofrecernos gratuitamente y con amor el agua que calma nuestra sed de vida y de felicidad.

La 1ª lectura nos muestra que habían sido los israelitas los que habían abandonado a Dios, desesperados porque no tenían agua.  Nosotros también muchas veces somos egoístas, cómodos, que nos pasamos la vida lamentándonos y acusando a Dios y a los otros de las dificultades que la vida nos trae.  Y las dificultades no son un castigo; son, muchas veces, parte de la pedagogía de Dios para fortalecernos, para renovarnos, para madurarnos, para que seamos menos orgullosos y autosuficientes.

La 2ª lectura, de San Pablo a los Romanos, nos dice que Dios siempre nos acompaña a pesar de nuestros pecados y de nuestras infidelidades.  Dios siempre nos ofrece de forma gratuita e incondicional su salvación.

No podemos permanecer indiferentes ante Dios y su amor.  Hoy hay personas que se preocupan más de los resultados de la liga de futbol y de las votaciones de los diferentes concursos que hay en televisión que de Dios y de su amor.  Por ello, ya es tiempo de que nos preocupemos de descubrir al Dios que nos ama, al Dios que quiere nuestra felicidad plena y de que aceptemos el camino que Él nos propone para alcanzar el cielo.

El Evangelio de san Juan nos ha presentado el episodio de la samaritana.

La mayoría de las personas le temen y huyen a la soledad, a la tristeza, a una vida vacía, al sufrimiento y al dolor.  Todos deseamos ser felices.  Diariamente, incluso sin ser conscientes de ello, buscamos la felicidad y la buscamos dónde sea y como sea.  Probamos lo que sea con tal de apagar nuestra sed de felicidad.

La samaritana que va al pozo a buscar agua, representa lo que nosotros diariamente hacemos en nuestra vida: buscamos continuamente un agua que apague una sed profunda, nuestra sed de felicidad.

Pero una cosa es saciar esa sed definitivamente y otra calmar nuestra sed momentáneamente.  Muchos creen que van a resolver su sed de felicidad como la samaritana: “llenando” su vida, su vacío interior, su deseo de ser felices, con la compañía de un hombre o de una mujer, o buscando seguridad en la vida, o buscando afecto en ciertas relaciones personales.  Hay tantas personas que si no encuentran agua en un “pozo” y fracasan, buscan saciar su sed en otro “pozo”.  Así andan de pozo en pozo, sin saber cómo resolver verdaderamente esa sed de felicidad.

Estas personas que buscan la felicidad por caminos equivocados lo único que hacen es vivir llenando vacíos y “tapando huecos” de día en día, buscando llenar ese vacío de felicidad con experiencias que lejos de apagar la sed lo que hacen es aumentar cada día más su falta de felicidad.

¿Cómo podemos saciar definitivamente nuestra sed de felicidad?  Cristo, en el evangelio de hoy, nos invita a acudir a Él.  El Señor no sólo tiene la respuesta: ¡Él es la Respuesta! Jesús nos dice: “el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás”

La sed de felicidad que todo ser humano experimenta, es en realidad una sed de Dios y por lo tanto, no podrá ser saciada sino solamente en Dios.

Que Cristo sea la fuente de nuestra felicidad no significa que renunciemos a las fuentes de alegría que Dios lícitamente ha querido que disfrutemos en nuestra vida.  Pero tampoco se trata de quedarnos en ellas, o de agarrarnos a ellas cuando Dios nos pide dar un paso más. 

Hoy Jesús nos invita a volver a Dios.  Él es la fuente de donde nos vienen tantas alegrías, por eso debemos darle gracias y buscar en Él esa agua viva que apague definitivamente, por toda la eternidad, nuestra sed de felicidad.

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