Vistas de página en total

lunes, 19 de abril de 2021

 

IV DOMINGO DE PASCUA (CICLO B)

Hoy, nosotros que somos la Iglesia, celebramos a Cristo-resucitado Buen Pastor.  

La 1ª lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles nos presenta a Jesucristo como el único salvador: “no hay salvación en ningún otro”. No nos dejemos engañar por otras personas, por otros caminos que nos presentan propuestas falsas de salvación.  

A veces el camino de salvación que Jesús nos propone está totalmente en contradicción con los caminos de supuesta salvación que nos proponen los líderes políticos, o las modas o la opinión pública; y nosotros tenemos que elegir coherentemente de acuerdo a nuestra fe y a nuestro compromiso cristiano.

A la hora de elegir entre lo que nos propone Jesús y lo que nos proponen otros líderes, no nos olvidemos que la propuesta de Jesús tiene el sello de garantía de Dios, y no olvidemos que el camino que nos conduce al encuentro con Dios, es sólo el camino de Jesús.

Para nosotros los cristianos, Cristo ha de ser “la piedra angular” sobre la cual construimos nuestra vida y la historia de nuestro tiempo.  ¿Es Cristo, para nosotros, el punto de referencia de todo lo que hacemos?

La 2ª lectura, de la primera carta de san Juan, nos recuerda que Dios nos ama con un amor sin límites y por eso somos hijos de Dios.  Ser hijos de Dios significa que todos los hombres tenemos la misma “categoría”, el derecho al mismo respeto y podemos exigir ser tratados todos de la misma manera porque nadie es más hijo de Dios que otro, todos podemos decir: “¡soy hijo de Dios!”

¿Cómo debemos responder los hijos de Dios al amor que Él nos tiene?  El hijo de Dios es aquel que responde al amor de Dios viviendo coherentemente su fe, esto quiere decir, respetando y cumpliendo los mandamientos de Dios; viviendo el amor al prójimo, a ejemplo de Jesucristo.

Vivir como hijos de Dios implica que muchas veces hemos de tomar opciones y hay que desechar aquellas opciones que están en contradicción con los valores de Dios aunque esto suponga que nos desprecien, se rían o no nos tomen en cuenta.  No olvidemos que Jesús también fue rechazado por eso mismo.  Los cristianos no debemos tener miedo de ser coherentes con nuestra fe.

El Evangelio de san Juan nos ha presentado a Jesús como el Buen Pastor.  Jesús mismo nos ha dicho cuáles deben ser las cualidades del Buen Pastor. 

La primera cualidad del Buen Pastor es que conoce a sus ovejas y es conocido por ellas.  Él nos conoce a todos, uno por uno. Para Él no somos una sociedad anónima: Él respeta nuestra personalidad y nos ofrece a cada uno cercanía y salvación.  La segunda cualidad es que las alimenta y las defiende de los peligros, el verdadero pastor está dispuesto a dar su vida por las ovejas.  Él ha dado su vida por nosotros. La tercera cualidad es que quiere reunir a todas las ovejas, hasta que haya un solo rebaño, una sola comunidad.  Él quiere que todos formemos una comunidad unida, unida por Él, nuestro Pastor y Hermano, que además se nos da en alimento a todos, en la Eucaristía.

Pero saquemos consecuencias para nuestra vida de esta imagen del Buen Pastor. Porque todos, de alguna manera, somos “pastores” en esta vida y deberíamos actuar con esas mismas cualidades que nos ha descrito Jesús. 

Unos hemos recibido, por el sacramento del Orden, el ministerio llamado precisamente “pastoral”, para bien de la comunidad. Somos los que con mayor humildad debemos ser espejo hoy ante este cuadro de Jesús Buen Pastor, ya que Él mismo, como a Pedro, nos ha encargado: “Apacienta mis ovejas”.

Pero es que todos participamos en algún grado del encargo de cuidar y de animar a los demás: los padres, los maestros y educadores, los catequistas, los misioneros, los que por una misión especial o voluntariamente prestan atención a los ancianos o a los niños o a los enfermos… 

Por eso todos deberíamos preguntarnos hoy, admirando el ejemplo de Jesús: ¿Nos esforzamos, como Él, por conocer a los que conviven con nosotros?  ¿Estamos cercanos a ellos y nos interesamos por ellos? ¿Estamos dispuestos a sacrificarnos por los demás (hijos, alumnos, compañeros de trabajo, miembros de la comunidad), sobre todo en los momentos difíciles, buscando su bien y no nuestro interés? ¿Servimos a nuestros hermanos o nos aprovechamos de ellos? ¿Tenemos un corazón amplio, misionero, abierto también a los menos agradables y a los más alejados? ¿Tenemos un corazón dispuesto siempre a unir y no a juzgar y condenar? 

Ser buenos pastores no le toca sólo al Papa, o a los obispos y sacerdotes, sino a todos nosotros, que debemos imitar la actitud comprensiva y servicial de Jesús.

Todos los que pertenecemos al rebaño de Jesús, todos los cristianos, por nuestra entrega a los demás, estamos llamados a ser pastores. Pero hoy, en concreto, se recuerda a quienes han consagrado su vida de un modo especial a Dios: religiosos y sacerdotes. Todos ellos quieren continuar el “pastoreo” de Jesús en la Iglesia. Se nos invita a pedir hoy por las vocaciones sacerdotales que el Espíritu suscite vocaciones en su Iglesia para que siga creciendo el reino de Dios.

No hay comentarios:

Publicar un comentario