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lunes, 28 de octubre de 2024

 

XXXI DOMINGO ORDINARIO (CICLO B)


La liturgia de este domingo nos habla de que el amor está en el centro de la vida cristiana. El camino de la fe que, día a día, estamos invitados a recorrer, se resume en el amor a Dios y en el amor a los hermanos.

La 1ª lectura del libro del Deuteronomio nos presenta la solemne proclamación de fe que todo israelita debe hacer diariamente al amanecer, al medio día, al ponerse el sol y cuando va a morir. 

El mensaje es muy claro: “Sólo hay un Dios al que debemos amar con todo el corazón, con toda el alma y con todas nuestras fuerzas”.

A veces, nos olvidamos que Dios tiene que ser el eje fundamental sobre el cual debe girar nuestra vida y dejamos que nuestro corazón se vaya tras otras cosas y ponemos nuestra confianza, nuestra seguridad y nuestra esperanza en el dinero, el poder, el éxito, la realización profesional, la posición social, los títulos, etc.

Decir que Dios es único, es decir que Él es el único y verdadero camino para una vida en plenitud.  Nunca nos vamos a realizar plenamente como seres humanos viviendo al margen de Dios. 

Sin Dios, contando únicamente con nuestras fuerzas, no vamos a encontrar el camino para realizarnos plenamente, para encontrar la felicidad, para vivir una vida en plenitud.

Afirmar que hay que amar a Dios, supone que hay que analizar la cuestión de los ídolos, a quienes tantas veces, les entregamos la dirección de nuestra vida.

Muchas canciones hablan del olvido: del amor que fue y ya no es; se lamentan del desencuentro después del encuentro, de la distancia después de la cercanía.  Muchas canciones son interpretaciones de tantas experiencias de desengaños amorosos.  Pero muchas de esas canciones podría cantarla el mismo Dios. Muchas de esas canciones de amores y desamores, muchas de esas historias, podría tener a Dios como el protagonista.  Dios está siendo objeto de desamor, de infidelidad amorosa, de indiferencia y de olvido.

Nuestro Dios es Amor, es Pasión amorosa hacia nosotros y no se merece un trato frío, de indiferencia y olvido.

La 2ª lectura de la carta a los Hebreos nos presenta a Jesucristo como el sumo sacerdote que vino al mundo para realizar el proyecto salvador de Dios Padre y para ofrecer su vida en donación de amor a los hombres.

Nosotros, como creyentes, siempre estamos preocupados de cómo agradar a Dios y cómo darle culto, y a veces, nos olvidamos que a Dios lo que más le gusta es la entrega de nosotros mismos a Él.  El culto que Dios nos pide y que le agrada es que obedezcamos y hagamos realidad sus proyectos y el amor a los hermanos.

El Evangelio de san Marcos nos presenta a Jesús diciéndonos cuales son los dos mandamientos principales: el amor a Dios y el amor a los hermanos.  Esto es lo fundamental y estos dos mandamientos no se pueden separar.

Pero hay un problema, el problema de saber qué es el amor. Porque quizás no haya una palabra tan maltratada y adulterada como esta del amor. Amor romántico, amor posesivo, amor familiar, amor de pareja, hacer el amor… ¿qué es el amor? ¿Cuál es el verdadero amor?

Nos pasamos la vida pensando que amamos a alguien y quizás lo único que estamos haciendo es comerciar con los sentimientos y las necesidades de cada uno. Porque ¿qué pasa con el alma del amor que es la gratuidad? Decimos amar pero damos por supuesto siempre que tenemos que ser correspondidos Y no hablemos ya del problema que la psicología moderna nos ha descubierto con la autoestima, porque hay muchas personas que no se aman en absoluto, personas que desprecian su imagen, su trabajo, su vida en general.

Personas quizás poco agraciadas físicamente, quizás poco inteligentes, personas que cometieron graves errores, personas que nadie las amó, ni les dijo una palabra de aceptación… ¡Cómo pedirles a estas personas que amen a los demás como a sí mismos si no se aman nada!

Como en tantas cosas, la clave hay que buscarla en las palabras y los gestos de Jesús, cuando en la noche del Jueves Santo enseña a sus discípulos cómo tienen que amarse: “amaos los unos a los otros como yo os he amado”.  Así, para saber en qué consiste el amor, sabemos que no depende del sentimiento amoroso, ni de la autoestima, ni de mis necesidades, sino que el amor consiste en amar como Jesús nos ha amado, dando la vida. Y dar la vida significa estar dispuesto a gastarse en favor de los demás. Gastar nuestro tiempo, nuestras fuerzas, nuestro dinero. Es como dar un cheque en blanco.

Que lleguemos a conseguir en nuestra vida amar de esta manera es el reto que tenemos por delante. Pero al menos tenemos claro el camino, y siempre en nuestras relaciones con los demás podremos traer a la mente el amor de Jesucristo y así estaremos seguros de nunca fallar.

Que el Señor nos enseñe a amar en la escuela de su corazón.

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