NAVIDAD (CICLO A)
Cada año la fiesta de la Navidad nos lleva a fijar nuestra mirada en aquellas cosas simples y profundas que dan sentido y son el fundamento de nuestra vida: la fe en Dios, el valor de la familia y el poder del amor. En estos días también se fortalece nuestra esperanza en la realización de una sociedad más justa y fraterna. Todo esto que, quizás, nos parece lejano y difícil en Navidad lo vemos cercano y posible.
Navidad es el sí de Dios al hombre. La Navidad nos recuerda, una vez más, que Dios no se ha desentendido del hombre sino que nos ha enviado a su Hijo, que nace en la humildad del pesebre, para acompañarnos con su palabra y su presencia. Dios se hacer cercano a nosotros. Esta cercanía de Dios es nuestra mayor riqueza y la fuente de nuestra esperanza. El hombre ya no camina solo: Dios camina junto al hombre.
Sin embargo, no podemos dejar de pensar y de dolernos, en estos días en que celebramos el amor de Dios y proclamamos la esperanza de un mundo nuevo, en esa otra realidad de marginación que aún existe y que no podemos ver con indiferencia. Recordemos que el niño Dios a quien hoy celebramos ha nacido en la pobreza y que a lo largo de su vida se ha identificado con los que sufren. En nuestro mundo sigue habiendo violencia, desprecio por la vida; la droga invade y atrapa a muchos de nuestros jóvenes y no tan jóvenes, destruyendo sus ideales y su futuro; sigue habiendo muchos niños viviendo en la calle; hay enfrentamientos y rencores que dificultan el diálogo.
Todas estas sombras existen y nos duelen, pero no deben hacer que nos olvidemos de las riquezas y potencialidades que poseemos y que deberíamos, con responsabilidad y compromiso social, ponerlas al servicio de nuestros hermanos más necesitados. Porque esto también forma parte del mensaje de Navidad.
“Un niño os ha nacido, os ha nacido un Salvador”. Así dijeron los ángeles a los pastores. Y la señal de este Salvador es que encontrareis a un Niño, envuelto en pañales, acostado en un pesebre. No lo busquemos disfrazado de ropajes, ni en otros sitios que no lo vamos a encontrar. Envuelto en pañales y en un pesebre, esa es la señal que dieron los ángeles. Un Dios pobre que vive cerca de nosotros. Así lo escucharon los pastores y fueron a ver qué era eso: era, por primera vez, la primera Navidad de la historia de la humanidad. Hoy, hace 2016 años, en Belén de Judá, nació Jesús, Dios verdadero y hombre verdadero. Él es el Salvador que los hombres esperábamos.
Desde entonces Dios vino a nuestra tierra, a caminar por nuestros caminos, a compartir el pan y las penas, las alegrías y tristezas, a contarnos historias que ayudan a vivir con sentido y a morir con esperanza, a pedirnos que seamos dichosos y felices, a decirnos que no somos esclavos, somos hijos del Padre Dios que nos quiere.
Desde entonces, el amor de Dios sigue presente en el mundo entero, para cada hombre y cada mujer, cada anciano, cada niño, cada joven, que quiera aceptarlo.
Desde entonces, nosotros, cada uno de nosotros, somos llamados a dar testimonio de su amor en la familia y en el trabajo, en nuestra colonia y en nuestro pueblo, en los grupos, tanto civiles como religiosos, y en la labor al servicio de los que sufren, cerca de nosotros o en cualquier lugar del mundo.
Desde entonces todos los domingos, Jesús muerto y resucitado nos sigue convocando alrededor de su mesa, en la Eucaristía, para compartir con toda la comunidad cristiana el don de su palabra y de su Cuerpo y su Sangre, alimento de vida eterna.
Desde entonces, hace hoy 2025 años, el perdón, la misericordia, la salvación de Dios se sigue derramando inagotablemente sobre cada uno de nosotros y sobre toda persona.
Alegrémonos y celebremos la Buena Noticia, la mejor noticia de toda la historia de la humanidad: el Nacimiento de Jesús. Hagamos fiesta, que nazca la paz y la alegría en el corazón de todos los hombres y mujeres de buena voluntad. Que los oprimidos y los tristes se llenen de gozo y de alegría y que los que andan perdidos en la noche de la vida encuentren la única luz que los puede iluminar: Jesús. Porque Dios está con nosotros, es un Dios cercano que nos ama y que nos salva y quiere que todos tengamos en Él vida plena.
Celebremos la Navidad en familia, con la familia. Imitemos a Jesús, María y José para que la armonía y la fortaleza de Niño Dios nos ayuden a soportar todas las dificultades, a vivir en paz y en una total confianza en Dios.
Convirtámonos nosotros en actores de la Navidad, recorramos como los pastores el camino hacia Belén para encontrarnos con ese Niños que es Jesús, nuestro Salvador. Hay que encontrarse con el Niño Jesús para que la Navidad sea una fiesta de paz y de familia.
Pidamos hoy, en esta misa de Navidad dos cosas: que todos nos sintamos más hermanos unos de otros, sin excluir a nadie, de modo que crezca la calidad de nuestro amor. Y que todos queramos acoger en nuestra vida la venida personal de Dios a nosotros, acoger su Palabra para que nos sintamos realmente queridos por Él. Y así, hoy y siempre, el amor de Dios dé frutos en todos nosotros.
Jesús vino a los suyos y los suyos no lo recibieron, que nosotros que somos los suyos, recibamos en nuestras vidas a Jesús, que viene a salvarnos.
SAGRADA FAMILIA (CICLO A)
En este último domingo del año celebramos una fiesta entrañable. En el ambiente de la Navidad tenemos un recuerdo de la familia de Jesús, María y José en Nazaret. No sabemos muchas cosas de su vida. Pero una sí es segura: Jesús quiso nacer y vivir en una familia, quiso experimentar nuestra existencia humana y por añadidura, en una familia pobre, trabajadora, que tendría muchos momentos de paz y serenidad, pero que también supo de estrecheces económicas, de emigración, de persecución y de muerte.
La familia es la promotora y educadora de la fe. Sólo se puede aprender y asimilar el verdadero amor de Dios, viviéndolo en comunidad, y la primera y mejor comunidad es la familia. La familia da la verdadera sustancia de la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el inicio de las relaciones interpersonales más cercanas como con los parientes, las amistades y el pequeño grupo; sino que también da el verdadero sentido de la comunidad humana, como en las relaciones sociales, económicas y políticas.
Jesús encuentra en José y María el pequeño círculo que lo va haciendo madurar y entender la protección de su Padre Dios. Con ellos aprende las oraciones de todo judío, las tradiciones y las costumbres, que le descubren a un Dios que es fiel a su pueblo. Pero al mismo tiempo queda abierto para la nueva experiencia del amor con los demás, de la universalidad del amor de su Padre Dios y del verdadero culto y adoración al Señor.
¿Qué sentido de Dios vivimos en la familia? ¿Hay una verdadera educación y enseñanza del amor de Dios, de la búsqueda de la hermandad y del sentido de nuestras prácticas religiosas? ¿Es nuestra familia una oportunidad de encuentro con Dios?
A Jesús se le conoce como “el hijo de José el carpintero”. Como en todos nuestros pueblos y comunidades aprendería desde pequeño el mismo oficio de su padre José, y sabría la forma de irse ganando la vida, confiando en la providencia pero “sudando para llevar el pan a la mesa”. Sin embargo la migración y el cambio de sistema, no favorecen ni la convivencia ni la educación para el trabajo.
Los niños y los jóvenes pasan demasiado tiempo ociosos, solos y sin beneficio. O bien, desde muy pequeños son obligados a sostener y aportar a las familias, no en compañía de los padres, sino con riesgos y peligros del trabajo en la calle o en economías informales. El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual.
Los salarios, con su raquítico aumento frente a la constante inflación, no permiten una sana educación, una buena alimentación, y un tiempo de eficaz convivencia. Por eso, se convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona ¿Cómo vivir más y mejores momentos de relación entre padres e hijos y aun con la misma pareja? Son fuertes retos que tiene que afrontar toda familia.
La educación, el ir creciendo de la mano de los padres, se ha ido perdiendo y va quedando bajo la responsabilidad de la escuela, de la calle y de los medios de comunicación. Y aunque hay quienes aportan y ofrecen medios para hacer madurar la persona, son tan pocos y están tan opacados, que es difícil que lleguen a la mayoría de los niños y los jóvenes, que frecuentemente se ven sometidos a un bombardeo y agresiva oferta de pornografía y permisividad que los ahoga y los induce al alcohol, a la droga y al vida fácil.
No se educa para el amor ni para la responsabilidad. No se enseña a tener iniciativas propositivas y planes formativos. No se propicia un ambiente de servicio y de compartir, sino de competencia, individualismo y gozo personal. ¿Qué tendríamos que cambiar para educar mejor a los jóvenes y a los niños?
Nos vemos amenazados, además, por graves problemas de secuestros, de trata de menores, de pornografía, de drogadicción y pandillerismo, y optamos por encerrarnos y proteger cuanto podemos a los pequeños, pero apenas se les ofrece libertad, la confunden con libertinaje, con corrupción y ambición.
Hoy más que nunca tenemos que buscar caminos que fortalezcan la familia, la pareja, la relación entre los hermanos y la convivencia con los demás. El modelo de la Sagrada Familia aparece como un ideal al que debemos tender: crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres. ¿En qué tendremos que poner más atención para mejorar nuestras familias? ¿Buscamos a los hijos como lo hacían María y José?
Pidamos hoy a Dios nuestro Padre, Él que nos dio en la Sagrada Familia de su Hijo un modelo perfecto para nuestras familias, que sepamos practicar las virtudes domésticas y estar unidos por los lazos del amor para que podamos ir un día a gozar con la Sagrada Familia de las alegrías eternas.
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