EL BAUTISMO DEL SEÑOR.
Hoy celebramos la fiesta
del Bautismo del Señor. Con esta fiesta termina el tiempo
de Navidad e iniciamos la primera parte del Tiempo Ordinario que durará hasta
el miércoles de Ceniza que iniciaremos la Cuaresma.
El Señor se sometió voluntariamente a que Juan el Bautista
lo bautizara. Él no necesitaba ser bautizado.
Entonces, ¿por qué Jesús, hombre justo, sin pecado, quiso bautizarse?,
¿por qué quiso hacer caso a esta llamada a la conversión que Juan hacía?
El Señor recibió el bautismo de Juan como un gesto de solidaridad con nosotros los
pecadores. Jesús no tiene pecado
pero quiere estar entre los hombres de su tiempo y por eso se pone en la fila
de los pecadores esperando turno para ser bautizado. Con el bautismo, Jesús se hace cercano a nosotros y nos enseña a ser
humildes. Sin embargo, lo que para Jesús no era necesario –ser bautizado- para
nosotros sí lo es. Para nosotros, es una obligación estar bautizados.
Hoy, al celebrar la fiesta del bautismo de Jesús, es un buen
momento para recordar también nuestro bautismo.
Pero nuestro bautismo es distinto
al bautismo que administraba Juan el Bautista que era un bautismo de
conversión. Era un bautismo para
aquellos hombres y mujeres que querían purificarse, reorientar y comenzar una
vida más digna; era para aquellos que querían hacer penitencia y volver al buen
camino, para aquellos que querían poner en orden sus vidas.
Nosotros ahora, somos
bautizados con el Espíritu Santo.
Esto hace una gran diferencia con el bautismo de Juan, puesto que ahora
el agua no es sólo un signo de nuestro deseo de conversión sino que por la
fuerza del Espíritu Santo se borra en
nosotros el pecado original y todos los pecados y nos convertimos en verdaderos
Hijos de Dios.
En este día, hemos de preguntarnos todos: ¿para qué he sido bautizado? Para lo mismo que Jesús: para cumplir en nuestra vida la misión de testigos de Dios en medio de
la sociedad. Para luchar por la
justicia, por la verdad, por los valores que Dios quiere hacer triunfar en la
vida. Como Jesús, los bautizados tenemos que vivir en el mundo haciendo el bien
y liberando del demonio y sus seducciones a nuestros semejantes, repartir
alegría y amor, poner paz y entendimiento entre las gentes y los pueblos.
Ser bautizados significa, pues, no solamente haber recibido
un sacramento cuando éramos niños, sino que supone el vivir como profetas, sacerdotes y reyes. Por el bautismo nosotros somos incorporados a Cristo, a su Cuerpo Místico
que es la Iglesia y hemos sido ungidos por el Espíritu Santo para continuar
la misión de Jesús de ir al mundo entero y anunciar la Buena Noticia de la
salvación para todos.
Nuestro
compromiso bautismal, las promesas que en nuestro bautismo hicieron nuestros
padres y padrinos, es un compromiso con
Cristo. Tenemos que ser como Cristo, cristianos, de manera que con Pablo
podamos también decir que Cristo vive en nosotros. Y, como Cristo, tenemos que
hacer de nuestra vida una vida al servicio del mundo, sin limitaciones, ni
escapismos.
Pero
hoy, por muchos esfuerzos que hacemos en las charlas bautismales, son muchas
las personas que no viven conforme a la gracia que recibieron en el bautismo ni
buscan el sacramento para sus hijos pensando en dicha gracia.
Existen
muchos bautizados que viven como si no fueran cristianos. Se han quedado en la entrada y de ahí no han
pasado. No se interesan por conocer más
a Dios, a quien dicen creer y a quien dice seguir. No conocen su fe y por lo tanto no se
esfuerzan en crecer y madurar esa fe.
Viven una religión de ritos externos; pensando que ser cristianos es
simplemente no hacer lo que la religión nos prohíbe. Muchas veces las prácticas religiosas se
reducen a magia y supersticiones: asistir
a misa en Navidad, año nuevo, miércoles de ceniza, o “cuando nos nace” y ya con
eso es suficiente para todo el año.
Con mucha frecuencia se celebra el bautismo con mucha
ligereza, por costumbre, por conveniencia social, un motivo más para hacer
fiesta o por otras motivaciones de carácter mágico. Cuantos papás hay también que dejan a sus
niños muchísimo tiempo sin bautizar, sin hacerlos hijos de Dios.
Tomemos, pues conciencia de la importancia del sacramento
del bautismo, porque por el bautismo nos convertimos en Hijos de Dios, hermanos de Cristo, templos del Espíritu Santo y no
olvidemos que el bautismo es la puerta necesaria para recibir los demás
sacramentos. No olvidemos que por el
simple hecho de estar bautizados no nos convertimos en cristianos, seremos
auténticos cristianos, en la medida que hagamos realidad en nuestra vida los
compromisos adquiridos en el bautismo.
Pidamos a Dios en esta Eucaristía que el Espíritu que se nos
dio en el bautismo nos de la fuerza necesaria para continuar con la misión de
Jesús y gozar un día de su mismo destino.
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