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martes, 8 de mayo de 2018


LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR (CICLO B)

 
Celebramos hoy el día de la Ascensión del Señor a los cielos.  Las lecturas que hemos proclamado hoy nos hablan de esa vuelta de Jesús al Padre. 
 
La 1ª lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles, nos ha narrado la Ascensión del Señor al cielo y el encargo que nos hace a todos nosotros de continuar haciendo realidad su proyecto liberador en medios de los hombres.
 
Mientras los Apóstoles miraban fijos al cielo, dos hombres vestidos de blanco les dijeron: “Galileos, ¿qué hacen allí, parados, mirando al cielo?”  Nosotros también podemos vivir nuestra fe solo de rezos y buenos deseos, pasándonos la vida mirando al cielo. 
 
No podemos solamente mirar al cielo, hemos de estar atentos también a los problemas y a las angustias de los hombres de nuestro mundo.  No podemos ser indiferentes a las miserias, los sufrimientos y las esperanzas de nuestros hermanos.  Debemos mirar al cielo, pero, siendo también solidarios con todos los hombres, con todos los problemas de nuestra sociedad, trabajando codo a codo con todos, compartiendo lo que somos y tenemos, gozando y sufriendo con los logros y errores de nuestra generación, construyendo y edificando una sociedad mejor y más justa, cada uno desde donde está y con lo que es.  En definitiva, tenemos que ayudar a transformar este mundo desde los valores de Cristo y su evangelio.
 
La 2ª lectura de san Pablo a los Efesios, nos invita a la esperanza.  Nuestra esperanza es vivir en plena comunión con Dios.  Pero para ello, hemos de tomar conciencia de que no estamos solos, sino que vamos por la vida unidos a nuestros hermanos y formando parte de un mismo cuerpo que es Cristo.  En ese cuerpo, que formamos todos, Cristo es la cabeza y vive en la Iglesia y es en la Iglesia donde hoy se hace presente Cristo para todos nosotros.
 
En nuestra peregrinación por el mundo, tenemos que tener siempre presente “la esperanza a la que hemos sido llamados”: la resurrección.  Formamos un “cuerpo” con Cristo destinados a la vida plena y eterna.
 
Decir que formamos parte del “Cuerpo de Cristo” significa que debemos vivir en comunión con Dios, pero también significa vivir en comunión, en solidaridad con todos nuestros hermanos, miembros del mismo “cuerpo”, alimentados por la misma vida.
 
Tenemos, como cristianos, que hacernos presentes en el mundo para llevar a plenitud el proyecto liberador de Dios.  Esta tarea de liberación estará acabada cuando para todos los creyentes, Cristo sea “uno en todos”.
 
En el Evangelio de San Marcos vemos como Jesús se fue al Padre después de una vida gastada al servicio del Reino de Dios y le deja a sus discípulos la tarea de anunciar el Reino y transformar, renovar y hacer más humano este mundo en el que vivimos.
 
La Ascensión del Señor marca el final de la misión terrena de Cristo, pero también marca el comienzo de nuestra misión, el comienzo de la Iglesia.
 
La Ascensión de Jesús nos pide a cada persona una superación.  Nos pide que nos vayamos perfeccionando, que cada día vayamos mejorando en nuestra manera de vivir.  Por eso nuestra vida debe ser un compromiso continuo para ser sus discípulos.  Debemos ser signos vivos en medio de nuestro mundo de que Cristo ha resucitado y este hecho ha cambiado la historia del hombre.
 
Muchos hombres y mujeres se han transformado, se han superado al acoger el Evangelio, al recibir la Palabra de Dios; han logrado cosas imposibles, impensables.  Muchos han renunciado a sus bienes; otros a la violencia; otros al egoísmo; otros al rencor hacia sus semejantes; otros han obtenido la salud; otros se han puesto al servicio de los más necesitados; otros han dejado que su vida se llene de Dios y han cambiado sus actitudes destructivas y negativas o contrarias al amor de Dios.
 
Aquella persona que acoge el mensaje de Jesús y hace del Evangelio su programa de vida, encuentra que su vida tiene sentido, encuentra que se ha llenado de Dios y muchas cosas pueden transformarse en él. 
 
Acoger el mensaje del Señor significa que Dios nos ayuda a vivir este tiempo con paciencia y paz, sin caer en el fatalismo o la desesperanza.  Hoy hay hambre y violencia en el mundo, pero hay también más conciencia por hacerlo más humano, por luchar por una vida más justa para todos, que es el deseo de Dios.
 
Que la fiesta de hoy: la Ascensión del Señor, nos ayude a vivir en el servicio a Dios y a los hermanos para que podamos participar un día de la gloria del cielo.

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