SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS (CICLO A)
¡Feliz año nuevo! Queridos hermanos: ¡Feliz año nuevo! Que el amor de Dios llene vuestros corazones y derrame sobre vosotros su paz.
El año viejo se ha terminado. Dejemos atrás lo que ya no tiene remedio. Dios, que es ante todo Padre, nos da una nueva oportunidad. Dios, pone por delante de nosotros 12 meses, que son como 12 oportunidades, para intentar de nuevo sacar adelante todas nuestras asignaturas pendientes. Aprovechemos esta oportunidad que Dios nos da para empezar bien el año 2026.
Tenemos que hacer que en este año 2026 cada persona, desde su lugar, y todos unidos, mejoremos en nuestras relaciones sociales, políticas, eclesiales y familiares. Esforcémonos por eliminar de nuestra vida las divisiones tanto de grupos como de personas. No caigamos en los insultos y amenazas, en las descalificaciones de unos contra otros; no difundamos verdades a medias o medias mentiras. Que sepamos escuchar mejor las razones de los demás, que defendamos nuestras ideas con argumentos y no con prejuicios; busquemos la convivencia y no la intransigencia; la reconciliación y no la agresividad; seamos críticos con los demás, pero también con nosotros mismos cuando sea necesario.
Hagamos del año 2026 un año reconciliador, en el cual “las voluntades se dispongan a la reconciliación, los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano los pueblos busquen la unión, que las luchas se apacigüen y crezca el deseo de la paz; que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza”.
Este es un día también para dar gracias a Dios. Gracias por todo lo que hemos vivido en este año que terminamos, gracias por lo que viviremos en el año que comienza, gracias por todo lo nuevo que aparece en nuestra vida. Le pedimos a Dios que todos los buenos deseos que tenemos y que nos decimos en el Nuevo Año sepamos hacerlos realidad. Hagamos el propósito de favorecer todo lo que ayude a que haya más felicidad para todos, amigos y desconocidos. Hagamos nuestro los deseos de la bendición de la primera lectura: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre tu rostro y te conceda la paz”.
Por eso comenzamos el año con una bendición. Una bendición que proviene de Dios. La bendición incluye la protección y la presencia de Dios en nuestras vidas.
Pero este día celebramos también la solemnidad de Santa María, Madre de Dios. Es la fiesta de la madre de Jesús, de nuestra madre. Fiesta que habla, desde el corazón de la madre, de hijos y de fraternidad. Porque es deseo de una madre ver a sus hijos vivir unidos en el amor con que a todos ellos los trajo a la vida. Y cuando el amor fraterno se rompe, el corazón de la madre queda herido. Un corazón, el de María, que sabía conservar todas las cosas que los sencillos decían de su Hijo, y que ella meditaba en su corazón.
En esta mujer, María, se encarnó Jesús en la historia, “nacido de una mujer”. La mujer en la que es sembrada la vida, está hoy con frecuencia amenazada de muerte. Por el hambre y la pobreza, la destrucción y la miseria en el mundo pobre y excluido. Por la violencia del varón en este mundo que a sí mismo se llama civilizado.
En este día, celebración litúrgica de la Maternidad de María, la Iglesia celebra también la Jornada Mundial de la Paz, poniendo un bien tan preciado y necesario bajo la protección de la Madre de Dios.
II DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD (CICLO A)
Este domingo es un eco de la fiesta de la Natividad del Señor. Y lo es, además, porque mañana celebraremos la Epifanía.
La 1ª lectura del libro del Eclesiástico nos ha hablado hoy de cómo la sabiduría en persona canta a sus propias excelencias.
Antes de manifestarse a los hombres, la sabiduría preexistía ya junto a Dios, se identifica por una parte con la palabra de Dios, presentada en forma de persona, y por otra como una niebla que cubre la tierra, a la manera del espíritu que cubra la superficie del caos al comienzo de la creación.
La lectura de hoy nos habla de la Sabiduría con mayúsculas; no de la del hombre, sino la de Dios. Es todo un himno del papel que tiene la sabiduría en las relaciones de Dios con el mundo y con los hombres.
Nosotros, debemos vivir de acuerdo a la sabiduría divina, es decir, vivir de acuerdo a los valores más fundamentales de la vida, con un comportamiento justo, honrado y humanista; en definitiva eso es vivir con sabiduría.
La 2ª lectura de san Pablo a los Efesios, nos hace ver que Dios, desde siempre, nos ha contemplado a nosotros, desde su Hijo. Dios mira a la humanidad desde su Hijo y por eso no nos ha condenado, ni nos condenará jamás a la ignominia.
Dios tiene que ser bendecido por nosotros porque previamente Dios ha derramado sobre la humanidad, toda clase de bendiciones espirituales.
El Evangelio de san Juan, nos dice lo que es Dios, lo que es Jesucristo y lo que es el hecho de la Encarnación con esa expresión tan inaudita: “el Verso se hizo carne y habitó entre nosotros” La encarnación se expresa mediante lo más profundo que Dios tiene: su Palabra.
“Tanto amó Dios al mundo que envió a su propio Hijo” (Jn 3,16). Toda la historia de la humanidad, reflejada en la historia de Israel, es una historia de salvación. Con el envío de su Hijo, Dios nos hace el regalo supremo de su Palabra definitiva. Él es su “última Palabra”. “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (Jn 1,14). Puso su tienda entre nosotros, como un vecino más, como un hermano más.
Decimos en el Credo: “Por nosotros… se hizo hombre”. Cuando pronunciamos este “por nosotros”, no hemos de entenderlo como referido a una humanidad abstracta, que no existe, sino a cada uno. Hemos de decir: se encarnó por mí, se hizo hombre por mí, para hacerse solidario conmigo, para hacerse mi hermano, mi amigo, mi compañero de viaje. Él pronuncia el nombre de cada persona y piensa en cada uno al verificar el milagro de amor y generosidad de “plantar su tienda entre nosotros”.
Frente a la incomprensible generosidad de Dios Padre, Hijo y Espíritu, san Juan nos presenta el reverso del misterio: el rechazo por parte de su pueblo: “Vino a su casa, pero los suyos no lo recibieron”
Si Dios hubiera venido como Dios ¿quién no lo hubiera recibido? Si el Mesías se hubiera presentado en plan Mesías, ¿quién lo hubiera despreciado? El problema es que no se le conoció. Sabemos la vida de Jesús. Sabemos que no se pareció en nada al Mesías esperado. Sabemos que resultaba desconcertante: que el mismo Juan Bautista llegó a dudar de él… Problema pues de ceguera. Pero problema también de corazón. Sólo un puñado de “pobres de Yahvé”, el pequeño resto, los sencillos de corazón, lo reconocen y lo escuchan.
Hoy, la actitud más frecuente con respecto a Jesús no es el rechazo, sino la indiferencia. Se le da un asentimiento teórico, pero se vive al margen de su mensaje. Incluso muchos “cristianos” ignoran su Palabra. Se “aceptan” dogmas como verdades indispensables, se “cumplen” normas y se “reciben” ritos, pero no se vive pendiente de su Palabra ni en realidad se le sigue.
Con respecto a la Palabra de Dios, los hombres de hoy tenemos mayor responsabilidad que los judíos, porque tenemos mayor facilidad de acceso y comprensión. Nosotros tenemos todas las facilidades. Sabemos que quien nos habla es el mismísimo Hijo de Dios. Y ¡nos es tan fácil escucharlo!
Nos duele, y lo consideramos una insensatez, que hijos, nietos o sobrinos no quieran escucharnos y aprovechar la riqueza de nuestra ciencia y de nuestra experiencia. ¿Cuál es la gravedad de nuestra insensatez si no nos acercamos a escuchar la Palabra del mismísimo Dios? ¿La escucho de verdad? Un cristiano tiene que ser un “oyente de la Palabra”. “Mi madre y mis hermanos son -afirma Jesús- los que escuchan el mensaje de Dios y lo ponen en práctica”
Jesús no ha venido sólo a ofrecernos asombrosas orientaciones para nuestra vida. Los ángeles no cantan: os ha nacido un legislador, sino “os ha nacido un Salvador, Emmanuel” (Dios con nosotros). Jesús se revela como “la fuerza de nuestra fuerza y la fuerza de nuestra debilidad”.
Jesús nos dice: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. Y asegura: “Sin mí no podéis hacer nada”, pero con Él podemos decir: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”.
LA EPIFANÍA DEL SEÑOR (CICLO A)
Celebramos hoy la fiesta de la Epifanía del Señor. La Epifanía es la segunda fiesta más importante del tiempo de Navidad. Epifanía significa manifestación. Hoy el niño Jesús se da a conocer a todas aquellas personas que lo buscan con sincero corazón.
La 1ª lectura del profeta Isaías anuncia la llegada de la Luz salvadora de Dios, que cambiará a Jerusalén y que atraerá a la ciudad de Dios a todos los pueblos de mundo.
El profeta Isaías, nos invita a que levantemos nuestra mirada porque ha surgido una Luz que nos orientará e iluminará. Nos invita también a dejar a un lado la oscuridad del pecado para que dejemos paso a la Luz de la salvación que es Cristo, porque Cristo ha venido para ser “Luz que alumbra a todos los hombres de buena voluntad”.
Cuando en nuestra vida aparezca la oscuridad, la duda, las dificultades y preocupaciones, los sufrimientos y las tristezas, levantemos nuestros ojos al cielo y se nos mostrará la estrella de Jesús que alumbrará nuestro camino con la luz de su paz.
La 2ª lectura de san Pablo a los Efesios nos dice que todos los hombres, son miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa de salvación en Jesucristo.
La salvación es para todos los hombres. La fe es un regalo y un don de Dios, que el Señor concede a todos los hombres de buena voluntad, sean del país que sea o de la raza que sea. La fe en Jesús es la luz que nos orienta hacia Dios, al igual que la estrella orientó a los Magos hasta Belén donde estaba Jesús. Lo importante es que nos dejemos guiar por Jesús, aunque haya momentos difíciles en nuestra vida, hemos de dejarnos guiar por esa luz que es Jesús.
El Evangelio de san Mateo nos ha relatado la adoración de los Magos. Los Magos representan a todos los hombres y mujeres que buscan a Dios para adorarlo.
Dios nos llama siempre a través de una señal, en el evangelio de hoy es una estrella en la noche, algo que todos pueden ver, pero cuyo significado sólo lo entienden los que buscan sinceramente a Dios.
Todos somos llamados por Dios, pero para encontrarnos con Él, es necesario tener los ojos y el corazón bien abiertos para responder a su llamada. Los Magos estaban seguros de que Dios los llamaba y por eso salen en su búsqueda. Han dejado todo: tierra, casa, lo único importante es encontrarse con Dios.
Los Magos representan hoy a todos esos hombres y mujeres que buscan crecer en su fe, que tienen un corazón dispuesto a creer, a confiar, dispuestos a hacer camino; y este camino puede ser muy largo, superando toda clase de obstáculos.
Los Magos ven la estrella. La estrella es la voz de Dios que nos manifiesta su amor. Los Magos están abiertos a la llamada de Dios, vigilan, escuchan, buscan. No son hombres superficiales, distraídos, sino que siguen la estrella.
Los Magos no son hombres que hayan reducido su vida a vivir lo mejor posible, a aprovecharse, a disfrutar la vida. Son capaces de dejar su tierra y familia, y ponerse en camino a buscar a Dios. No están apegados o atados a las cosas, lugares o personas. Son libres y llenos de esperanza, capaces de dejarlo todo por seguir la llamada. Siguen la estrella a pesar de las dudas y de las pruebas del camino.
Los Magos no tienen duda, ese niño es el Dios Salvador y se arrodillan y lo adoran y le ofrecen regalos. Adorar es quedarnos en silencio agradecido y gozoso ante Dios, admirando su misterio desde nuestra pequeñez.
Le ofrecieron regalos. Regalar algo es un gesto muy humano, expresa el deseo de ofrecer algo gratis, o mejor, darnos gratuitamente al amigo o a la persona querida o necesitada. Hoy olvidamos lo que es el verdadero regalo, regalamos como un cumplimiento, o por interés para que nos regalen.
El Evangelio nos dice que le ofrecieron regalos valiosos: oro, incienso y mirra. Lo valioso es entregar lo mejor que uno tiene, así lo hizo Dios con nosotros, al entregarnos a su Hijo. No es cuestión de regalos sino de regalarse uno mismo a Dios.
Vieron al niño y se regresaron por otros caminos. Si nosotros encontramos a Dios también haremos caminos nuevos, diferentes, nuestra vida ha de ser distinta. Tenemos que tener la capacidad, cuando nos encontramos con Dios, de renovarnos y cambiar. Dios cambia siempre nuestros planes. Hay que confiar siempre en los planes de Dios, aunque no se entienda nada. Creer es aceptar el camino que nos presenta Dios es estar siempre disponible, humildes y confiados.
Ver la estrella y seguirla, compartir, superar las dudas y buscar, cambiar y renovarnos, descubrir a Dios y confiar en Él. Estas son las actitudes que hemos de aprender de los Magos.
Pidámosle al Señor que los Magos nos dejen de regalo estas actitudes, para encontrarnos con Dios.
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